El pasado 20 de junio celebramos el Día de la Bandera, símbolo que nos invita a renovar nuestro compromiso con la patria que necesita más que nunca de la entrega generosa de todos los ciudadanos con las causas de nuestra patria. Coincidentemente con nuestros festejos patrios, hemos celebrado el XI Congreso Eucarístico Nacional en Tucumán, en el marco del Año Santo de la Misericordia y del Bicentenario de la Independencia. Ambas celebraciones nos hablan de nuestras raíces: una patria que nació desde sus principios con su fe en Cristo, basado en los valores del Evangelio. Tanto el sentimiento patriótico como la fe en Dios nos llaman a una entrega generosa y un profundo amor hacia nuestros hermanos. En estos tiempos en los que hemos sido golpeados por tantas situaciones de escándalos, violencias y egoísmos, estos dos acontecimientos nos invitan a profundizar la dimensión social y comunitaria de nuestra fe. La fe en Dios se manifiesta en el compromiso con la patria y los hermanos. La fe nos conduce al encuentro con el hermano en la fraternidad y el amor. Por eso nuestra vida debe ser una entrega constante al hermano necesitado. El Congreso Eucarístico nos llama a impregnar con el espíritu cristiano todos los momentos cotidianos de la vida. Nos invita a centrar la vida en Cristo y ser conducido por la Palabra de Dios para que las numerosas obras que hacemos sean en nombre Dios; nuestro trabajo y servicio de cada día, la formación de nuestros niños y jóvenes en las escuelas, tantas asistencias que brindamos hacia nuestros hermanos a través de las distintas instituciones…Estos acontecimientos nos llaman a celebrar con una memoria agradecida y purificadora. Agradecida por los pasos que como nación hemos dado centrada en la fe cristiana y purificándonos de tantas equivocaciones y desaciertos para emprender de nuevo el camino hacia el futuro como una patria cimentada en los valores de la democracia: el respeto, la igualdad, la libertad y la justicia. Por encima de todo una vida centrada en Dios que nos llama a la fraternidad y la comunión. Es decir nos convoca a una vida eucarística; donde seamos ofrenda y sacrificio para los demás. Así como Jesús lavó los pies de los Apóstoles, estamos llamados a ser personas de servicio generoso, lavando los pies unos a los otros. El verdadero servicio no consiste simplemente en algunas obras de caridad, sino que seamos verdaderos servidores de la verdad y del bien común, por encima de tantos intereses particulares. No puede haber una real adoración de la presencia eucarística, sin la actitud de estar listo para lavar los pies del otro.Nos llama a vivir una actitud de profunda generosidad poniendo al servicio de todos los dones y talentos que Dios nos ha regalado. Necesitamos ciudadanos que se embanderen detrás de un espíritu de solidaridad y esfuerzo colectivo. Hoy hace falta personas que luchen “trabajando” y no siendo simples espectadores del esfuerzo de los demás.La Patria requiere de personas capaces de hacer ofrenda, antes que esperar soluciones y respuestas. Así como el mismo Jesús decía a sus discípulos: “Denles ustedes mismos de comer” (Mc 6,37), estamos llamados a estar disponibles frente a tantas necesidades de nuestros hermanos. Son muchos que necesitan ser alimentados dignamente en nuestra patria. Nos llama a un compartir generoso de nuestros bienes. A multiplicarlos para compartir.Que estos acontecimientos y festejos patrios nos comprometan y estimulen a embanderarnos detrás del compromiso con las causas de la Nación, del esfuerzo sincero, de la vida de Dios que nos hermana y así construir juntos la Patria grande que soñaron y por la que lucharon nuestros próceres.
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