En el contexto de una charla periodística sobre los bolsos de José López y la corrupción del kirchnerismo, uno de los integrantes de la mesa preguntó: ¿cuál fue el gobierno que más robó? Y la respuesta la dio el antiguo dirigente peronista Julio Bárbaro. “La Argentina entró en un proceso de degradación de la política desde el ’83, cuando aparece el operador entre el poder y las empresas”. “En el ’73 (tercer gobierno de Perón) ni se nos pasaba por la cabeza”. Aquellos días en los cuales Juan Domingo Perón aún caminaba entre los mortales, estaba plagado de dirigentes que abrazaban la idea de cambiar el país, ayudar al surgimiento de una clase trabajadora potente y una industria nacional pujante. Pero no pedían nada a cambio, militaban por las ideas y como decía Bárbaro, algo pasó desde la recuperación democrática a esta parte. Porque sin plata, favores, o puestos en algún lugar del Estado (permítase esta duda razonable) las recientes expresiones populares multitudinarias en actos políticos no hubieran sido tan numerosas si únicamente fuera por las adscripciones a las ideas de un modelo o movimiento político. No importa si eran 20 en un salón o si eran miles en un parque, porque parece que el motor ideológico más fuerte de la militancia tuvo arranque e impulso con el combustible de fondos públicos que fueron a poblar los actos. Porque hoy sabemos que si los dirigentes no ponen plata no se mueve nadie. O en el peor de los casos, como es vox populi en las dependencias estatales, cuando hay acto de un dirigente del partido gobernante, una buena parte de los trabajadores de tal o cual repartición pública son obligados a asistir, bajo amenaza velada de no renovación de contrato. Fue tal la degradación política que los dirigentes necesitaron hacer correr dinero para que después pudieran decir “gran apoyo popular al proyecto de…”. Por eso cuando le llega el turno a algún orador principal en un mitin y ve poca gente, puede no significar que sus ideas sean malas, sino que simplemente no sale al mercado a comprar burbujas efervescentes y tal vez los que lo escuchan lo apoyan verdaderamente porque confían en el candidato. Hemos visto en la última década rostros desconocidos que llegaron a ocupar altos cargos en el Estado con militancias de cinco minutos. Se creó una estructura política desde el poder. Avanzar desde el llano es una estrategia maratonista a la que sólo se animan los buenos corredores, porque saben que el esfuerzo y la experiencia los hace mejores. A eso le escapan los que saben que sin atajos jamás llegarían a la meta. Antes se llegaba al poder para ayudar a mejorar la sociedad, ahora también se busca el poder para mejorar la sociedad, pero igualmente para mejorar patrimonios privados. Aunque a veces se cumpla sólo lo segundo. La gente que se gana la vida trabajando honestamente y conoce el esfuerzo que debe hacer para progresar, desde hace décadas entiende que los funcionarios que llegaron a un cargo público con un automóvil viejo y una casa modesta, y a los pocos años pasan a vivir en mansiones poco les importa la vergüenza y que los señalen por la calle. Los sueldos que reciben son muy altos, lo suficientemente como para llevar una buena vida pero no hace falta ser un especialista tasador de inmuebles para calcular que los bienes adquiridos desde la llegada al cargo nunca hubiera sido posible costearlos con sus salarios. Pero también hay de los buenos, de los eficientes, de los honestos, que mamaron los valores de la vieja política y ponen la virtud y el honor de ocupar un cargo por sobre la bajeza de llevar a sus bolsillos fondos que no les corresponden. Y a veces se ven envueltos en medio de un Gobierno sospechado y denunciado por la corrupción y se les hace difícil defender a sus camaradas. La tentación pasa todos los días frente a sus narices, pero optan por la buena política antes que ver manchados sus nombres. Mirando hacia atrás cuentan que el Gobierno de Menem fue un gobierno corrupto en el que cada uno llevaba agua para su molino. La privatización de las empresas públicas y los sobresueldos a legisladores y funcionarios para que apoyaran la venta fue una de las estrategias de enriquecimiento con plata de todos los argentinos. El otro esquema de corrupción más reciente que resuena hoy en los medios fue la distribución de recursos para bancar a la militancia y al proyecto. Miles y miles de referentes de los poderes nacionales y provinciales recibieron recursos a tal efecto. La plata del Estado sirvió para llevar adelante grandes y rimbombantes obras públicas y sociales. Pero no todos los recursos iban a parar a las obras, una parte quedaba para mover a la tropa (que nunca fueron una muestra gratis) y la otra entraba en la lógica de la repartija del profesor Neurus, aquel personaje de García Ferré: “¡uno para ti, cien para mí. Otro para ti, mil para mí!”. Esa puede ser otra de las explicaciones acerca del incremento patrimonial de los funcionarios y militantes más encumbrados, tanto nacionales, como provinciales y municipales. Con tanto dinero de la política flotando en el aire, mucha gente sin valores, sin escrúpulos y delincuentes a los que les gusta la plata pero no se animan al delito a mano armada, vieron allí un nicho dónde enriquecerse. Valiéndose de sus capacidades de convencimiento y oratoria sólo esperaron que desde la conducción llovieran los fondos. Como contraprestación ofrecieron juntar miles de votos para el proyecto. Entre esa cacería de votantes están los jóvenes con poca esperanza de conseguir un trabajo, que observan las desigualdades y ven como esos malos dirigentes progresan materialmente sin demasiado esfuerzo. Para qué estudiar entonces, para qué “romperse el lomo” trabajando. El mal ejemplo de algunos no hizo otra cosa más que ahondar el descrédito hacia la política toda, e hizo dudar a muchos sobre si se puede progresar desde la honestidad, la dignidad y la creencia en las capacidades propias. Aquel diciembre de 2001 explotó el país y dejó un mensaje para la clase dirigente. ¡Que se vayan todos! A casi quince años de aquellos trágicos días, muchos se llenaron la boca al afirmar que hicieron olvidar esa frase y millones volvieron a confiar en la política. Tuvieron razón en parte, porque pusieron el acento en paliar las necesidades de los sectores más desfavorecidos a quienes más había golpeado esa crisis, pero ensalzados por su propia militancia y su círculo de aduladores, no pusieron un punto final a la malversación de fondos del Estado. Donde había una ruta flamante, alguien se “comió” cientos de kilómetros de sobreprecios “para la política”. Donde inauguraron 150 viviendas debía haber 20 más. Y donde erigieron una monumento religioso, alguien se quedó con la diferencia de la obra que fue sobrevaluada en los papeles.Y fueron cómplices los empresarios que se prestaron a pagarles la coima para poder construir. Entraron en las reglas de juego de la época. Algunos de ellos eran amigos del gobernante, otros s
e convirtieron en grandes constructores impulsados desde el poder de turno para que con licitaciones dirigidas, los retornos volvieran al mentor político de la flamante empresa. Si el despilfarro y la financiación de la política con fondos del Estado continúa con la lógica que permite que aniden estafadores en los organismos públicos, el país, las provincias y los municipios seguirán corriendo detrás de la zanahoria del desarrollo. Aunque nos digan que son los mejores y como nunca se hacen obras para todos, hay miles de ejemplos en los cuales se percibe cómo a cada trote que avanza el carro, el jinete tira de la rienda para que el burro quede contento cuando ve una mata de pasto. El proyecto de reforma política que ingresó al Congreso es la gran esperanza para el país. Entre sus iniciativas está la transparencia a la hora de financiar las campañas políticas. Cambiar el paradigma va a ser muy difícil para los malacostumbrados de siempre. Pero la sociedad no se banca más la corrupción obscena de “nuevos millonarios gracias a la función pública” y el desvío de fondos que según dicen siguen ocultos al amparo de testaferros, bóvedas y hasta entierros en la Patagonia. Una vez le preguntaron a un analista político por qué creía que aquella Argentina de comienzos de siglo que fue una potencia mundial se vino abajo, y este respondió: “Porque a diferencia de países como Australia, Nueva Zelanda o incluso los Estados Unidos, en los últimos 80 años los dirigentes argentinos reventaron el país”. ¿Cabe alguna duda? Este momento de crisis política, económica, social y dirigencial, nos enseña otra vez la gran oportunidad. Que abran los ojos.Colaboración: Lic. Hernán Centurión
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