Aquel domingo 29 de mayo, Francisca Leal vio llegar a la puerta de su casa a un policía. La mujer, de 61 años, sólo comprendió el motivo de esa visita una vez que recibió la peor de las noticias: Lidia Rodríguez (35), su hija, había perdido la vida.“No podía entenderlo, si en la tarde anterior ella estuvo con nosotros. Lidia estaba feliz, trabajaba, tenía toda una vida por delante”, recuerda Leal sobre el momento que le cambió la vida para siempre y lo inexplicable de una noticia que nadie está preparado para recibir.Todo se empañó por completo para aquella familia al saber que cerca de las 8, Lidia viajaba junto a otras dos jóvenes en el remís que conducía Abelardo Benítez (47). Según el parte policial, ese vehículo se detuvo en el semáforo de Centenario y San Martín para esperar por la luz verde. Ninguno de ellos imaginaba que segundos después sobrevendría lo peor. Un Toyota Etios al mando de Ángel Ramón Martínez (20) se salió de control y chocó de frente al vehículo de alquiler. Abelardo y Lidia se llevaron la peor parte y perdieron la vida. Después se supo que el test de alcoholemia determinó que Martínez conducía por encima del mínimo establecido por la ley nacional de tránsito y por la ordenanza municipal de “alcohol cero” que rige en Posadas.De aquella tragedia ya pasó más de un mes. La inesperada partida de Lidia desencadenó en múltiples consecuencias. La más dolorosa fue la separación de los cuatro hijos de la víctima -de 5, 11, 13 y 16 años- por razones económicas. “Quiero tenerlos conmigo, pero tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida pensando en que así estarán mejor. Ellos no querían irse. Es muy injusto todo lo que estamos viviendo”, se lamenta la mujer.Después del adiósDías atrás, PRIMERA EDICIÓN visitó a Francisca en su casa, donde ahora vive solamente con uno de sus nietos, Leonardo (16). En plena preparación del almuerzo -“sin carne, porque no nos alcanzó”, confiesa- la entrevistada desnudó sus sensaciones después de la separación forzada de sus nietos tras la trágica muerte de Lidia.“La vida no tiene sentido para mí, tuve que separar a mis nietos porque no puedo mantenerlos. No hay cómo unirlos. Mi hija trabajaba, era el pilar de ellos. Los enviaba a colegios privados, ella siempre estuvo con sus hijos, les dio todo”, cuenta Leal, con lágrimas en los ojos. Los recuerdos no tardan en aflorar.Para ella, no fue fácil perder a su hija y mucho menos a tres de sus nietos. “Tengo a mi familia destruida. Las dos nenas de 11 y 13 años se fueron a vivir con su tío a Buenos Aires. El más pequeño se fue a Formosa, con la abuela paterna. Sólo quedó conmigo el más grande”, explicó.En esa dura despedida, el más chico pidió explicaciones. “Lo abracé y le dije ‘hijito, Dios necesita a tu mamá allá arriba, ella lo está ayudando’. ¿Qué más podía decirle? Él la llamaba y no quería irse”, recuerda Francisca antes de lamentarse una vez más por lo injusto de la situación.Ese dolor, esa angustia, suelen llevar a la mujer a una profunda reflexión. “Suelo ir al patio a pensar. Juro que pienso y pienso, pero siempre vuelvo al mismo lugar. Todo es dolor y bronca, tengo el corazón destrozado”, admite Leal, que debe levantarse por los que quedan: “intentó mostrarme fuerte por mi nieto más grande. Él me dice que no me puede ver llorar. Pero la verdad es que no tenemos consuelo. Éste dolor me va a acompañar hasta la tumba”.El deseo de Lidia Francisca guarda silencio algunos segundos. Encuentra algo de fuerzas en lo más profundo y sigue. “Lidia quería que Leonardo estudie e ingrese al Ejército Argentino. Ella pensaba en el futuro de sus hijos y los alentaba, pero lo que pasó destruyó todos los proyectos que tenía con ellos”, relata.No obstante, la mujer no baja los brazos y el último martes acompañó a su nieto mayor al centro de reclutamiento, casualmente ubicado a pocos metros de donde tuvo lugar la tragedia.“Quiero que se cumpla el deseo de Lidia. Si Dios quiere, mi nieto será parte del Ejército, tal como ella lo soñó”, se ilusiona Francisca, que después de cumplir con el trámite en el Ejército, caminó hasta donde hoy se erige una cruz en recuerdo de las víctimas.En el asfalto, las dos estrellas amarillas llevan sus nombres. Abel y Lidia, se lee. Todo eso es mucho más que recuerdos. Son los símbolos del clamor de muchos para que nunca más vuelva a pasar algo así.“Queremos que se haga justicia”Por las muertes de Abelardo y Lidia, el conductor del Toyota Etios, Ángel Ramón Martínez, fue imputado como autor de “doble homicidio culposo en accidente de tránsito”. El estudiante de 20 años estuvo 17 días detenido en la comisaría Segunda, hasta el miércoles 15 de junio, cuando el magistrado Fernando Verón, titular del Juzgado de Instrucción 3 de Posadas, resolvió una excarcelación bajo caución por 500 mil pesos, que los familiares cubrieron con una propiedad.“Me duele todo lo que pasó porque este tipo está libre y mi hija está bajo tierra. Quizás sea por poco que entiendo, pero no comprendo por qué él está libre”, dijo Francisca.
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