¿Quién puede decir que conoce los designios de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Este es el tema que propone a nuestra reflexión la Palabra de Dios (Sab. 9,13-18). A duras penas conoce el hombre “las cosas de la tierra”, pues ¿cómo podrá penetrar el pensamiento de Dios y comprender las cosas del cielo?Los pensamientos del hombre y sus razonamientos son falibles, siempre sujetos al error, porque los sentidos le engañan con frecuencia haciéndole preferir los valores caducos a los eternos, los bienes inmediatos a los futuros. Sustraerse a tantas tentaciones y desviaciones que nos presenta el mundo es imposible sin la ayuda de Dios. Sólo Él puede dar al hombre la sabiduría que lo ilumine acerca del camino del bien y le enseñe lo que le es agradable. Sólo con la ayuda de Dios -dice la Escritura- serán rectos los caminos de los hombres, aprenderán gracias a la Sabiduría lo que agrada al Señor y se salvarán.En el Evangelio, dice Jesús: “si alguno se viene conmigo y no odia (pospone) a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y hermanas e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc. 14, 25). Jesús con esta frase está preguntando acerca de quién dirige nuestros corazones y de la influencia que recibimos de las personas que nos rodean. ¿Quién está primero en nuestro corazón, en nuestra vida? Solamente Dios tiene derecho al primado absoluto en el corazón de los hombres. El Evangelio paralelo de San Mateo nos dice: “el que quiere a su padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10,37). Jesús es Dios y por lo tanto es lógico que exija esto como condición y exigencia indispensable para el discipulado.Dios no manda rechazar u odiar a la familia sino que el amor a Dios esté por encima de los amores humanos. Esto es válido también para todos los hombres que se preguntan rectamente por el conocimiento de Dios y por el correcto caminar sobre la tierra. El fiel que quiera conocer los designios del Señor ha de estar muy unido a Él en todo momento y no solamente de a ratos o en momentos especiales. El cristiano –al igual que Cristo- ha de abrazar la Cruz del Señor, durante todos los días de su vida hasta su muerte, como lo hizo el mismo Maestro y no puede preferir a ninguna criatura por más querida que sea y anteponerla a Cristo y sus designios. Esta es la Sabiduría enseñada por Jesús, tan diferente de los razonamientos humanos, los cuales se preocupan -casi por necesidad- de los bienes transitorios tantas veces descuidando los bienes eternos.Las dos breves parábolas presentadas -tanto la del hombre que quiere edificar una torre y la del rey que quiere hacer una guerra- nos llevan a considerar ciertamente las fuerzas humanas, pero sobre todo invitan a considerar al seguimiento de Cristo como una empresa muy importante y comprometida y que, por lo tanto, no puede ser tomada a la ligera. El cristiano debe considerar las fuerzas humanas pero sobre todo debe considerar la gracia de Cristo, que dará viabilidad a la obra que emprenda y le hará conocer el camino que ha de seguir.Tenemos que tener presente la gracia de Dios y la luz que irradia sobre la mente del hombre que emprende una empresa en la vida. La oración y el seguimiento de Cristo ayudarán al hombre a comprender cuales son los designios del Señor y cómo los puede ir conociendo. Necesitamos de la oración y de la meditación del evangelio antes de juzgar y actuar. La oración y la meditación del evangelio nos iluminan la mente y el corazón.Que la Santísima Virgen María, ejemplo de meditación y contemplación de la Palabra de Dios y que obró en consecuencia, nos ayude en este camino de la vida para caminar con la Sabiduría del cielo.
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