El tema fundamental de la liturgia de hoy es el buen uso de las riquezas. En la primera lectura (Am. 8, 4-7) resuenan los duros reproches del profeta a los comerciantes sin escrúpulos que se enriquecen a expensas de los pobres vendiendo mercaderías de desecho, subiendo los precios aprovechándose de la necesidad ajena. El profeta denuncia sin miramientos sus fraudes y lo hace -no en nombre de una mera justicia social- sino en nombre del mismo Dios: “Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables…Jura el Señor…que no olvidará jamás vuestras acciones” (Ib. 4,7). Los abusos y engaños a los pobres ofenden a Dios que es su defensor. Dios es el “padre de huérfanos, protector de viudas” (Sal. 67,6) que manda tratar con generosidad a los indigentes: “Le abrirás tus manos y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia” (Dt. 15,8).La religión no puede reducirse a ser un órgano de justicia social, pero debe defenderla en nombre de Dios basándose en sus preceptos sin miramiento alguno a los ricos y poderosos cuando su corazón está cerrado a Dios. El que quiere hacer justicia solamente en el plano humano edifica sobre arena porque sólo es justicia verdadera la que se funda en Dios y viene de Él.El texto del profeta Amós con la condena a los estafadores, dispone a comprender el sentido verdadero de la parábola del administrador infiel que se lee en el evangelio de hoy (Lc. 16, 1-13). También aquí se habla de fraude no en daño de los pobres sino de un rico propietario que despide a su administrador porque ha dilapidado sus bienes. Éste para asegurarse unos amigos que luego le reciban recurre a un ardid ilícito: reduce arbitrariamente las deudas a los clientes de su amo. Al proponer esta parábola, Jesús no pretende alabar la astuta arbitrariedad del administrador que él califica de “injusto”; sino subrayar su sagacidad para asegurarse el porvenir. Esto está claramente expresado en la queja del Señor: “los hijos de este mundo son más astutos con la gente que los hijos del Señor” (Ib 8). Jesús observa con pena que los secuaces del mundo -que viven lejos de Dios y no creen en Él- son más sagaces para sus negocios que los hijos de la luz, quienes a pesar de creer en Dios son abúlicos e inconstantes en cuidar sus intereses espirituales y su porvenir eterno. Con esa parábola Jesús llama al esfuerzo y a la vigilancia en vista del día último cuando se dirá a cada uno: “entrégame el balance de tu gestión” (Ib. 2).Las enseñanzas que siguen a esta parábola sirven de criterio a los cristianos para valorar y usar las riquezas terrenas en orden a su fin eterno. Por ejemplo enseñan que el dinero no ha de ser usado de modo que se convierta en obstáculo para la salvación. El dinero debe ser usado con buen fin, sin dejar de lado la justicia y la caridad para quienes sufren necesidades, como ayuda para los que nada tienen y para el bien social, es decir en relación al bien común.El cristiano al usar el dinero debe hacerse amigos que lo “recibirán en las moradas eternas”. El uso del dinero exige al cristiano una honestidad extrema -tanto en los grandes negocios como en los más pequeños, porque “el que es fiel en lo más pequeño es fiel en lo más grande” (Ib. 10). Aquel que verdaderamente es de fiar vive en el bien y merece un bien mayor. Así también “el que es deshonesto en lo poco, es deshonesto en lo mucho” (Ib. 10).Si el hombre no es desprendido en el manejo del dinero y éste no sirve al bien, se convertirá pronto en una tentación de la que no se sabrá cómo escapar y entonces se convertirá en esclavo del dinero -pésimo tirano- que no deja libertad alguna para servir al hombre ni para servir a Dios. Nunca podremos dejar de meditar suficientemente esta frase del Señor: “no se puede servir a Dios y al dinero” (Ib. 13).Que María, nuestra Madre, nos ayude a hacer buen uso de las cosas materiales en beneficio de todos y contribuyendo al bien común.
Discussion about this post