Incurrir en un texto necrológico que enumere su carrera, sus innúmeras actividades, cargos y honores de reconocimientos recibidos, sería un insensato modo de reiterar lo que ya está escrito en papeles burocráticos y también en los documentos de la Historia. Prefiero testimoniar desde la amistad, seguramente de modo sesgado e incompleto, pero con la densa veracidad emergente de una admiración auténtica y un afecto-fuerte. Ensayo pues, el rescate de actuaciones cotidianas que parecen efímeras pero en realidad definen aquello que palpamos en el encuentro con otra persona. Prefiero contarles acerca de su inmensa personalidad, de sus gestos más íntimos, de los indicios de un estilo elegante, simple y directo. Prefiero comentar su “talante tano” completamente instalado en estas latitudes de paisaje selvático y caminos colorados; una inmigrante arraigada de tal manera, que se convirtió en emblema de nuestros pagos. Prefiero compartir una constelación de indicios pequeños, intermitentes y a la vez perpetuos, hasta configurar un “aura” singular, intransferible, evanescente y sin embargo nítida, tangible y disfrutable. La disfrutamos intensamente, qué duda cabe! Encontrarnos con Teresa era una fiesta. Su cabeza coquetamente blanca, de peinado impecable, su sonrisa amplia y constante como adelantándose a esa risa siempre lista al chiste, al comentario sagaz, al juego con el sentido y con la “buena onda”. Alegría, mucha alegría de vivir, de estar en el mundo, de salir al/a otro/a. Su mirada clara, de brillos gatunos y chispeantes, ponían en escena la agudeza de su lucidez implacable. Simpatía, una bruma de simpatía cubría nuestros encuentros de conversaciones a veces brevísimas, alocadas por las bromas, otras interminables, profundas y reflexivas. Más allá de duraciones, de temas y honduras de los encuentros, necesito recalcar este acontecimiento que se repetía infinidad de veces: experimentar la alegría del encuentro. Esto era posible porque se nutría en la grandeza de su temple femenino, de su saber inabarcable y su aguda comprensión de la condición humana.Su conversación discurría con tal agilidad, con tal vivacidad que de inmediato cautivaba la atención como quien invita a una seductora travesura. La cadencia del flujo discursivo desplegaba las marcas de una lengua materna italiana, nunca olvidada, nunca abandonada, que le confería un acento distinto e inconfundible a su español bien asumido, de riquísimo vocabulario, de diestro manejo y a la vez, conocedor de los matices proliferantes de sentidos argentinos y lugareños. El “talante tano” tenía en su lenguaje los principales vestigios del origen, de sus amores más antiguos con aroma a infancia y juventud, portador de ese sello que se denomina “cosmovisión”. Su manera de decir transitaba el uso intensivo del español en su actividad laboral, en su interacción cotidiana y en sus textos escritos, sin que esto signifique alguna interferencia para sus desempeños incansables y valiosos. El acento tano le confería otro rasgo particular, idiosincrático y por qué no adorable por la gracia y el hechizo que provocaba.Decimos que es “nuestra Maestra” tanto por la magnífica biblioteca que habitaba su casa y su espléndido intelecto, como por la grandeza de su honesta y generosa docencia. Amaba el saber, la lectura, los libros, el arte, la historia, la filosofía, no como una posesión erudita y mezquina que persigue lucimientos individuales y meritocráticos, sino por el contrario, para compartirlo con sus estudiantes de distintos niveles educativos. Ponía el mismo entusiasmo para un curso de secundaria que para un posgrado universitario, para una charla de grupo que para una conferencia magistral. Nos acordamos con deslumbramiento del fervor apasionado que caracterizaban sus clases, sus ilustraciones y su manera tan diáfana de decir lo complicado, su gesto sencillo para “dar” a sus alumnos la oportunidad de crecer, de atisbar el imaginario abismal y creativo de la cultura en general y el arte en particular. Cumplía con el mandato de Kant: sapere aude! Traducido: “anímate a saber”… en buen criollo: “dale che, vos podés”. En otras palabras: nos hacía sentir que éramos capaces de aprender, nos hacía creer que teníamos derecho a acceder a la inconmensurable enciclopedia universal. Intentamos que su legado no se pierda, intentamos imitarla aunque apenas seamos una sombra de su ejemplo. Sus clases eran un acontecimiento, las rutinas no hacían mella en la energía de su trabajo y la maravilla de recursos que su vasto acervo desplegaba. Me pregunto: ¿En qué consiste el talismán de su legado? y me arriesgo a conjeturar que finca en tres ejes nodales que hacen sustentable la docencia: la generosidad, el sentido práctico en lo pedagógico y la consistencia del conocimiento. Creo que este trípode atesora la clave ética del riesgoso quehacer docente. Mencionamos su “sentido práctico”, notable en su desempeño institucional y en la eficacia para diseñar proyectos, gestar iniciativas, acompañar actividades y colaborar en grupos. Su gran formación humanista, filosófica, en Historia del Arte, en Literatura y otros campos aledaños, en nada menoscababan su capacidad operativa, eficiente y eficaz. Por un lado, pretendo decir que su vuelo intelectual no impedía su realismo práctico, ni la alejaba del sentido común, y por otro, destacar su tremenda y virtuosa llaneza para incorporarse a los equipos de trabajo y a la formación de grupos. Su trato afable y de igual a igual, jamás tuvo un atisbo de soberbia, de petulancia o de exhibición de su caudaloso talento. Trabajábamos codo a codo y en ese denuedo que demanda la actividad universitaria, nuestra Maestra, a quien admirábamos en silencio, nos hacía creer que estábamos a su altura. Cómo se extraña ese decoro cuidado, pudoroso y austero, sin solemnidad ni poses, simplemente agradable, productivo y sin remilgos.Más de un/a lector/a estará pensando: “pero no menciona ningún defecto”… Por supuesto, lo asumo, cuando amamos a alguien no le encontramos ningún defecto. Es así y por eso la llamo “Nuestra Maestra”. Cabe entonces, que en su memoria recite el texto de otro intelectual de fuste como lo fue Walter Benjamín, diciendo, Teresa-amiga has logrado:“La gloria sin fama, la grandeza sin brillo, la dignidad sin sueldo”.Colaboración:Ana Camblong
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