Los cuatro hombres esperan. Están ansiosos, sí, pero han aprendido a permanecer inalterables. Cara de póker. Pasan desapercibidos para el ojo común. Cuando salga el buscado, actuarán con velocidad y precisión. No deben ser vistos. No deben llamar la atención. Es apenas cuestión de segundos. Y se irán como llegaron, sin ser vistos. Son sombras. Casi fantasmas.La escena se repite una y otra vez, en la ciudad o en el pueblo. También en la chacra. Los cuatro hombres están de cacería, pero no buscan animales. O en todo caso, buscan al animal más peligroso de todos. Su presa es el homicida de turno.Los nombres de esos cuatro hombres pueden cambiar según uno u otro caso. Pero la situación es siempre la misma. Ese es el día a día para los que están constantemente tras los pasos del crimen, una labor para nada común en la que PRIMERA?EDICIÓN se adentró a través de las historias de algunos de sus protagonistas, en el marco del decimotercer aniversario de la creación de la Dirección de Homicidios de la Policía provincial.Una “mano negra” en ParaguayGonzález recuerda cada kilómetro del viaje de ida a Villarrica, a 300 kilómetros de Posadas. La expectativa era enorme. Los últimos datos obtenidos apuntaban a esa localidad del centro de Paraguay como el escondite de Miguel Ramírez (41), buscado por el crimen de su pareja, Analía Vanesa Gómez (27), hallada ahorcada en Ñu Porá el viernes 22 de noviembre de 2013.Pero González -en el trato policial, los apellidos se imponen, no importan las reiteraciones- no olvida aún la impotencia del regreso, masticando bronca, con las manos vacías y la sospecha de que una “mano negra” ayudó al prófugo a salirse con la suya.“Hay casos que no se abren. Y?eso es una espina para nosotros. Lo último que supimos de Ramírez es que un familiar cercano viajaba a verlo hasta el año pasado.?Se iba cada dos meses de Misiones hacia Monte Caseros, en el sur de Corrientes. De ahí pasaba a Uruguay y después a Brasil. Nos movimos, pero se esfumó”, cuenta Gustavo René González -ahora sí-, de 45 años y jefe de Homicidios desde 2014. Desnuda la “pista brasilera” del caso a sabiendas de que allí ya no hay nada que buscar:?Ramírez volvió a moverse.El comisario inspector tiene a su cargo dos agentes, seis suboficiales y dos oficiales. Son, en total, una docena de detectives. “Los muchachos tienen mucho sentido de la pertenencia. Todos ‘entregan’ su adicional para ir a investigar, es decir que renuncian a ganar más a cambio de resolver la investigación”, admite González, quien reconoce además que ese trabajo muchas veces los priva de ver crecer a sus hijos o compartir en familia. “Cumplí mis 30 años en?Panambí investigando el cuádruple crimen de la familia Knack”, recuerda sobre esa y otras tantas postergaciones.Entre el centenar de casos en los que trabajó en estos últimos tres años, González recuerda con especial dolor el crimen de Horacelia Génesis Marasca (16), la adolescente descuartizada en Villa Cabello en agosto de 2015. Un joven, su pareja, está detenido por el hecho.“Cosas como esas también nos golpean. Es impotencia, tristeza. Hasta pensás en tus hijos. Entonces uno reflexiona y se da cuenta de cuán despiadado puede ser el ser humano, de cómo una persona puede perder el control en un par de segundos”, analiza González, uno de los encargados de retirar lo que quedó del cuerpo de la menor de la cañería en la que estaban ocultos.Una década de esperaComes sintió que la vida se le iba de las manos cuando supo que su presa se había ido a Europa. Maldijo su suerte. Por su cabeza volvieron a pasar cada una de las pruebas, los testimonios, la propia cara de la víctima. Se juró a sí mismo no olvidar jamás aquel caso. Cumplió. Cada noche, durante diez años, le dedicó algunos segundos en el umbral del sueño a su presa. ¿En qué lugar estará? ¿Quién lo ayudó? ¿Cómo llegar a él?La noticia lo sacudió una mañana de octubre de 2014. Su presa había caído a diez mil kilómetros, de manera absurda, tras pasar un semáforo en rojo en España.Sus jefes sabían del tiempo que le dedicó a aquel caso. Por eso, aunque trabajaba en otra dependencia, lo convocaron para el traslado desde el aeropuerto hasta la dependencia donde está recluido. En las fotos de archivo se lo ve con la misma cara de siempre, gesto adusto, mirada que no dice nada. La procesión pasa por dentro.“Ese fue el caso emblemático de los inicios de Homicidios. Y fue uno de los más difíciles”, reconoce el comisario Antonio Gabriel Comes (41) en relación al crimen a puñaladas de Pablo Fraire (28), el 25 de noviembre de 2002 en Francia y Tomás Guido de Posadas.Aquel caso fue determinante para que el 10 de mayo de 2004 se creara la Dirección de Homicidios. Antes de eso, el área se reducía a un grupo mínimo de efectivos afectados al Juzgado de Instrucción 3. Y nada más. La presión y las marchas que realizó la Asociación Madres e Hijos del Amor, encabezada por Teresita Boldú, la mamá de Fraire, derivó en la génesis.“Es un trabajo especial. Un homicidio es un delito complejo. Hoy en Misiones pasan cosas que antes no ocurrían y muchas veces cuesta llegar a las pruebas”, reconoce Comes en relación con los últimos hechos ligados a las mafias.Tal como en las películas, el procedimiento ante un crimen tiene mucho de complejo, pero pocos secretos. “Primero armamos un pizarrón con todos los datos, con las pistas sólidas y las que se pueden descartar. Miramos de vuelta las filmaciones de la escena, mientras que otro grupo se encarga de tomar testimonio a los testigos. Salimos a la calle y a la noche nos volvemos a juntar. Ahí, mientras compartimos todo lo que se recolectó, un compañero lee el expediente por completo. Ese colega recién entra a trabajar y no tomó siquiera una declaración. No tiene que estar ‘contaminado’ con lo del día para ser lo más objetivo posible”, indica.El deber cumplidoAdmite Comes que su trabajo es su vida. Le dedica horas y horas. “Siento en la sangre lo que hago”, revela, y asegura que, pese a que podría hacerlo en virtud de su escalafón, no le gustaría estar sentado debajo de un aire acondicionado. “Cuando salís a la calle, salís comprometido con tu compañero. Te perdés muchas cosas con tu familia, a veces no dormís en toda la noche pensando en dónde puede estar la clave del caso, pero esto es lo que me gusta”, refiere.González coincide en que no es un trabajo fácil. Recuerda incluso que el último “insomnio laboral” que lo mantuvo despierto fue hace apenas días, en medio de la búsqueda del joven acusado de ultimar de un disparo al taxista Carlos Amarilla (61), el 31 de marzo pasado. “Uno asume el compromiso de resolver el caso, se pone en el lugar del otro”, dice el comisario inspector, quien junto a Comes asegura que la paga por resolver un
asesinato no se compara ni compra con nada:?“No hay ascenso, aumento, o premio que se compare con el agradecimiento de la familia de una víctima. Ese es el reconocimiento máximo. Esa es una satisfacción que no se puede describir en palabras. Ahí uno siente que el esfuerzo valió la pena. Es la sensación del deber cumplido”. Piezas mínimasCada caso marca para siempre a los detectives de Homicidios. Y muchas veces, los expedientes se resuelven gracias a pruebas mínimas o detalles que podrían pasar desapercibidos para cualquiera.“Nosotros nos dimos cuenta de que la zapatilla del imputado había quedado marcada en la escena. Buscamos en todas las casas de deportes, pero no encontrábamos una suela similar. Finalmente, encontramos en un supermercado de acá cerca”, cuenta González sobre el paradigmático caso Ramona Gauto, cuya expareja fue condenada por el crimen mediante esas y otras pruebas.Comes agrega otra historia similar. Por testimonios de vecinos, supieron que la pareja de Erica Macedo?(24), asesinada a mazazos en Candelaria, en marzo de 2014, no era afecto a cuidar la limpieza de la casa. “Cuando llegamos, nos llamó la atención que el patio estaba prolijísimo, con el césped todo cortado y un piso de cemento recién hecho”, recuerda el detective. Enseguida sospecharon y descubrieron todo: el joven, condenado a perpetua, había matado y enterrado bajo el cemento a la mujer.
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