Había una vez una niña llamada Eugenia Peterson, que nació en 1899 en Letonia, perteneciente entonces al Imperio Ruso. Su padre era un banquero sueco y su madre era miembro de la nobleza rusa; por eso en 1920, debido a la revolución ocurrida en ese país, se trasladó con ella a Alemania. Eso posibilitó que en 1926 presenciara una conferencia de Krishnamurti en Holanda, lo que influyó en su búsqueda espiritual. Hasta que, en 1927, pudo concretar su sueño de conocer la India, donde se casó con un diplomático checo, pudo curarse de una dolencia cardíaca y comenzó a estudiar el Yoga con grandes maestros como Krishnamacharya, demostrando aptitudes que le valieron importantes reconocimientos pese a ser, en primer lugar… ¡mujer! … ¡y encima occidental! Sus maestros la nombraron Mataji (Madre) Indra Devi. Sí. De ella se trata.Comprendiendo que lo aprendido sería de gran utilidad en Occidente, se dedicó a adaptar con gran sabiduría las milenarias enseñanzas del Yoga a nuestra idiosincrasia, además de dar clases en la misma India, en China y de perfeccionarse con maestros de los montes Himalayas, al tiempo que ofrecía conferencias y publicaba su primer libro en 1946. Por entonces, ya había conocido personalmente al Pandit Nehru, a Mahatma Gandhi y al gran poeta Rabindranath Tagore.En 1947, luego del fallecimiento de su esposo, viajó a los Estados Unidos donde fue nombrada “la Primera Dama del Yoga” y dio clases a grandes figuras de Hollywood como Rita Hayworth, Greta Garbo, Gloria Swanson, Robert Ryan y Jennifer Jones.Tenía el don de llegar al corazón de la gente con la calidez de su presencia, respetaba a quienes disentían con ella, no trataba de imponer sus convicciones y manifestaba siempre un sano sentido del humor. Consideraba al cuerpo como una posesión preciosa que se debe cuidar con esmero, limpiar por fuera y por dentro, alimentar con verduras y frutas y proveer con ejercicio, descanso y aire fresco. Por eso difundía los beneficios del Yoga como disciplina y filosofía de vida que permite experimentar un despertar, desarrolla capacidades superiores y otorga energía y equilibrio, porque en su práctica la relajación se considera un arte, la respiración es una ciencia y el trabajo sobre el organismo es un medio para armonizar cuerpo, mente y espíritu. Indra Devi llegó a la Argentina en 1982 y tanto “se enamoró del país y de su gente”, que decidió radicarse en Buenos Aires, emprendió la difusión del Yoga por varios países y abrió las puertas de la Fundación que lleva su nombre para enseñar y formar profesores. Su actual director David Lifar expresó en un reciente encuentro de docentes de Yoga: “Nuestro objetivo es el de nuestra Maestra, unir armoniosamente todas las ramas y escuelas de Yoga en Argentina y en el mundo”.Esta “mujer de tres siglos” falleció en 2002 próxima a cumplir 103 años, dejándonos su legado de paz y amor en el Yoga como sendero hacia la libertad, la buena salud y la comprensión de lo gratificante que es dar sin esperar recompensa, siempre en presente como en nuestra hora del ahora. NamastéColaboraAna Laborde Profesora de Yoga anacelab@gmail.com0376-4430623
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