Esta es la historia de María López, mujer de 55 años y madre de trece hijos, ya mayores todos. Tras criar a los suyos, ahora se encarga de alimentar a 70 niños en uno de los lugares más olvidados de la ciudad: el asentamiento Los Oleritos.María vive en una casa de piso de tierra, paredes de madera y una sábana como puerta. Sin embargo, construyó un comedor en la parte de adelante de su terreno con cuatro tirantes de madera, techo de chapa y piso de material. “Yo tengo piso de tierra, pero mis niños, para comer, de material, porque se lo merecen”, aseguró el hada de un cuento infinito: “Los asentamientos informales”. María es consciente de su accionar. Sabe que lo que hace es crucial para la vida de un niño: alimentarlo. Y sabe también que ella no cuenta con los recursos suficientes para poder pelear de igual a igual con el contexto que la rodea: la pobreza extrema. María entiende que el mundo está saturado de buenas intenciones, pero no comprende por qué nunca se transforman en acción. “Acá ha venido todo tipo de políticos y funcionarios. Una vez hasta sacaron fotos, filmaron y creo que salió por la televisión. Prometieron que iban a construir y colaborar con alimentos para los chicos. Nunca pasó nada de eso”, manifestó.Se resiste a bajar los brazos, pero teme, en lo profundo de sí, que no le den las fuerzas, ya que “este merendero se sostiene mediante las voluntades de algunas personas. Muy pocas. Y la verdad es que me cansé de pedir a los ministerios y políticos, así que nos las arreglamos como podemos con lo que tenemos. Pero de alguna u otra manera la merienda al menos tres veces por semana está”, dijo resignada, lamentando que en Misiones -tierra prometida para muchos- sobre la desigualdad se extinga cada vez más el concepto de reciprocidad en la sociedad (concepto que alguna vez fue la base social de nuestros pueblos ancestrales).Dar por dar: recibir amorFrente a la pregunta de por qué lo hace, sin pensar mucho, respondió que ella tuvo trece hijos y sabe lo que es estar rodeada de niños. Conoce sus necesidades, sus alegrías. Eso la hizo comprender que ella se debe a ellos. “De mis manos depende que muchos niños merienden en este barrio y mientras mis manos puedan seguir dando, los niños van a seguir recibiendo de mí, porque Dios así me enseñó”, afirmó sin titubear mientras su nieto, de unos dos años, tambaleando, se prendía de su pierna asegurándose de no caer al suelo.El miedo de no poder“Cuando empecé eran quince niños. Después de cuatro años son 70”, remarcó la mujer de ojos rasgados. Casi avergonzada, confesó que el aumento del número de niños que sin preguntar entran a buscar una taza de leche, hace que tenga “miedo de que no me alcance para todos. Son muchos”, y exhibió un cuaderno con los nombres de cada uno de los gurises que aparecen a merendar y a almorzar los fines de semana. Yamila, Gastón, Nicolás y Gabriel eran algunos de los nombres que figuraban en la lista. Las edades iban de entre un año hasta los trece.El sueño de María es colaborar en la salida de esos pequeños de la necesidad extrema, de las condiciones inhumanas que los cría día a día desde que amanecen hasta que se duermen.“Yo soy de los niños y voy a vivir y morir por ellos. Yo me siento bien haciendo esto. Mis hijos ya están todos grandes, ahora me quedan mis nietos y mis vecinitos”, afirmó el “hada” del barrio.El buffetAlguna vez se le prometió a esta madre de familia numerosa, por naturaleza y por adopción, que se le iba a ayudar a hacer una cocina, para cocinar a la gurisada que varios días a la semana va a merendar y a almorzar solo los sábados. María contó que -”reality” de por medio- funcionarios aseguraron sentirse interpelados por la dura realidad de “Country los Oleritos” (los mismos vecinos pusieron un cartel con esa denominación, a modo de reírse antes que llorar), pero parece que el show no resultó muy rentable políticamente y abandonaron la causa.Desde ese entonces María, con ayuda de su marido Roberto Lopéz de 65 años (los dos se apellidan igual), cocinan con fuego en un intento de habitación (de piso de tierra y paredes a medio levantar) sobre una precaria estructura de hierro y ladrillos apilados. “Ahí hacemos los guisos y la leche”, enunció la mujer entonando fuerza y compromiso, acompañados de una mirada penetrante y segura, de las que da la conciencia de hacer lo mejor que se puede.Cómo es “Country Los Oleritos”Así dice un cartel puesto por un vecino que vive en el asentamiento. A carcajadas cuenta que hay que reírse de la desdicha que les toca afrontar. Ya que no es fácil estar rodeado de chatarra, cunas de mosquitos, barro y en situación de pobreza extrema, sumado al olvido y el estigma social. Sin embargo, la particularidad de este lugar es que abundan las sonrisas de dientes de leche, las miradas infantiles y los pies descalzos. Cada paso representa dar con el saludo de un niño.Los hombres y mujeres se dedican a trabajar el ladrillo. Día a día producen lo que jamás consumen: sus casas son de costaneros y sus techos de cartón. Los pisos húmedos, la mayoría de tierra. Las calles del asentamiento son senderos que van guiando a quien los transita por el duro hábitat en donde familias numerosas se cultivan, sobreviviendo en la desidia del tiempo que a cada día le pertenece.Cómo ayudarSus necesidades más urgentes son las primarias: alimento para dar de merendar a los pequeños: leche, frutas, pan, todo alimento que pueda colaborar con la buena nutrición de un cerebro en desarrollo; utensilios para cocinar; materiales de construcción para terminar la obra y prendas de vestir (zapatos y ropa) para los niños. Cualquier tipo de donación será bien recibida. Para hacerlo se pueden comunicar al 3764718180.
Discussion about this post