Según la denuncia de una de las presuntas víctimas, chicas de 15 a 17 años eran reclutadas bajo engaños en Ciudad del Este y las llevaban a trabajar en un bar-pool de Puerto Esperanza.
(Nota publicada el viernes 18 de enero de 2008)
Una joven denunció a través de un diario de Paraguay que en un bar pool de la localidad misionera de Puerto Esperanza varias menores, y de distintas nacionalidades, son obligadas a ejercer la prostitución, llevadas desde Paraguay con falsas promesas laborales y que luego las mantienen cautivas.
En un extenso artículo publicado por el matutino Ultima Hora, la denunciante, identificada como Graciela, relató que fue como vivir en un infierno….
Luego la crónica explica que así describe la misma los dos meses en que ella y sus dos compañeras menores de edad vivieron encerradas en un bar pool de Puerto Esperanza, Misiones, Argentina, luego de haber sido llevadas engañadas desde Ciudad del Este con la promesa de ganar 300 pesos (450 mil guaraníes) a la semana, trabajando como meseras en un restaurante. Las tres habían sido reclutadas por una chica joven que las conoció en una discoteca cachaquera de Paraguay. Las hicieron cruzar por Puerto Irala, pequeña y aislada localidad a orillas del Paraná, a 70 kilómetros al sur de Ciudad del Este. Allí, un hombre las hizo cruzar en una canoa, hasta desembarcar en una playa en medio del monte, del lado argentino.
Comienzo de la pesadilla
Más adelante, la publicación indica, siempre en base a dichos de las menores que una vez en suelo argentino el socio de la reclutadora, quien había pasado la frontera por el puente de la Amistad en una camioneta, las esperaba en un descampado, cerca de Puerto Libertad, a pocos metros de la base de la Marina argentina. Las alzó en el vehículo, condujo unos ocho kilómetros por un camino de tierra, hasta salir a las proximidades a la entrada de Puerto Esperanza (48 kilómetros al sur de Puerto Iguazú, sobre la ruta 12), donde se halla el local nocturno.
“Enseguida nos dimos cuenta de que nos habían llevado para otra cosa. El lugar estaba lleno de camioneros en su mayoría, sentados en las mesas, que se estaban emborrachando con vino o cerveza, y había varias chicas vestidas con tops y polleras muy cortitas, que se sentaban en los regazos de los clientes, y a veces alguno entraba al fondo con una de las chicas. El dueño o encargado del negocio estaba parado en la puerta, y era el que cobraba el dinero por cada pase”, precisó Graciela a los periodistas del matutino asunceño.
Más de diez hombres por noche
La menor explicó que la frase pase es el nombre que le dan en el ambiente prostibulario argentino a cada sesión de sexo que los clientes contratan, cuando deciden ingresar con alguna de las chicas a las piezas del fondo”.
Cuando Graciela y sus dos amigas se dieron cuenta del engaño del que habían sido víctimas, dice ella que intentaron resistirse y pedir que las lleven de vuelta al Paraguay. “Fue entonces cuando comenzaron a maltratarnos, a amenazarnos, nos encerraron en las piezas y solo nos dejaron salir cuando aceptamos entrar con los clientes”, reveló.
Los clientes pagaban 50 pesos (75 mil guaraníes) por cada pase, y estaban obligadas a entrar todas las veces que eran requeridas, hasta con más de diez hombres en una sola noche. No podíamos negarnos, si lo hacíamos nos golpeaban, sí o sí teníamos que hacer lo que el cliente quería, yo nunca vi un centavo del dinero, porque todo iba al bolsillo del patrón, manifestó la joven en el diario Ultima Hora.
El “patrón”, que es identificado en la entrevista por la menor, supuestamente es un conocido empresario de locales nocturnos, confió el citado diario paraguayo. Además, consigna que
el lugar donde al parecer estuvieron las menores está registrado como bar pool, pero todos saben que es un prostíbulo disfrazado donde los camioneros hacen su parada preferida para divertirse un poco.
Graciela rechazó cualquier sugerencia de los periodistas paraguayos de acudir ante las autoridades, porque no tiene ninguna confianza, ni en la Policía, ni en la Fiscalía ni en la Justicia. Sabe que otras víctimas que sí se animaron a presentar denuncias, en lugar de ser protegidas por las autoridades, terminaron siendo abandonadas a su suerte y amenazadas de muerte por la poderosa mafia que se dedica a la trata y explotación sexual de menores en la Triple Frontera, señaló el artículo.
La joven recibió el apoyo de profesionales de una organización privada, que le brinda orientación psicológica y la están ayudando a reinsertarse lentamente en su comunidad.
“De entre 15 y 17 años”
La joven que hizo la denuncia pública ante los medios de Paraguay aseguró que en el bar pool de Puerto Esperanza estaban unas diez o quince chicas, casi todas paraguayas, sólo una era de nacionalidad brasileña. Casi todas menores de edad, de entre 15 a 17 años por ahí. A nosotras no nos dejaban hablar mucho con las otras, había guardias que nos controlaban, no podíamos salir a la calle, y nos tenían la mayor parte del tiempo como presas en la habitación. Yo me sentía muy mal, extrañaba mucho a mi hijito y a mi familia, y con las otras dos amigas nos dijimos que apenas tengamos oportunidad, nos íbamos a escapar, sin importar el peligro, recuerda Graciela, con los ojos humedecidos.
Mucho miedo
No, no quiero, tengo miedo…, dice Graciela, cuando los periodistas del diario Ultima Hora le preguntaron si ya formuló alguna denuncia ante las autoridades del Ministerio Público o la Policía.
Ella prefiere que nadie sepa nada de lo que sucedió, ni siquiera sus familiares más cercanos, no tanto por vergüenza, sino por temor a represalias.
Los que nos llevaron siguen por allí, tienen poder y mucha influencia, y siguen agarrando jovencitas para llevar a la Argentina, yo no quiero arriesgarme, afirmó.
Graciela aceptó contar su historia ante el mencionado matutino a condición de que se proteja su identidad, y no se revelen fechas precisas, ni nombres de los involucrados.
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