José Hutwert, salió de la chacra con 18 años para cumplir el Servicio Militar y terminó combatiendo en las Islas. Regresó con el físico intacto pero con el alma destrozada. Tras 36 años, sigue luchando.
Ellos peleaban por dinero, nosotros queríamos defender un pedacito de suelo sobre el que nos enseñaban en la escuela a pesar que muchas veces no dábamos importancia de lo que Malvinas significaba. Así reflexiona el excombatiente José Hutwert (55) en el mes en que se cumplieron 36 años del inicio de la guerra que dejó centenares de víctimas, muchas de las cuales pudieron ser identificadas recientemente.
Tras participar del acto que se desarrolló en la plazoleta Manuel Belgrano, de Jardín América, de donde es oriundo, aseguró que este tipo de ceremonias me siguen emocionando. Vengo a recordar lo que pasó y principalmente a quienes quedaron en Malvinas. Me puso contento saber que después de 36 años, más de noventa familias pudieron ir a llevar una flor, llorar en la tumba de sus hijos, que fueron reconocidos. Es que hay muchos otros que siguen siendo un soldado argentino solo conocido por Dios.
Agricultor como sus padres, con solo 18 años Hutwert salió de la chacra de Colonia Primavera, a unos quince kilómetros tierra adentro de Jardín América, para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Desde el municipio viajó junto a Evelio Castelnuovo -ahora radicado en Posadas- con quien también pudo volver a casa tras la contienda bélica. La instrucción fue de dos meses y se concretó en Pereyra, una localidad bonaerense del partido de Berazategui, y luego les comunicaron los destinos. Los mandaron a Tierra del Fuego donde sirvieron a la Patria en el Batallón 5 Infantería de Marina. Cuando llegabas a ese lugar no había licencia para volver a casa. Cumplimos los catorce meses en la Marina donde fuimos instruidos, capacitados, acostumbrados a soportar el frío, el hielo, la nieve y cuando prácticamente nos daban la baja, estábamos esperando el vuelo para poder regresar a destino, nos enteramos que debíamos viajar al continente, confió, rodeado de su esposa Mary Andruszczuk e hijos Iván, Jonathan y Kevin, orgullosos de la proeza de su padre.
Estábamos de civil desde hacía más de una semana, entrando y saliendo. A la noche tocó la musiquita y nos dijeron que todos los conscriptos de la Clase 62 debíamos vestirnos de verde y preparar el equipaje porque nos íbamos a Malvinas. Ese fue el peor día para nosotros porque queríamos volver a casa después de catorce meses sin ver a nuestros familiares, agregó.
Una vez que cruzaron la barrera no hubo vuelta atrás. Todo fue muy fuerte, muy duro. Indescriptible. Veías que tu compañero caía pero no podías hacer nada. Veías que la esquirla de un proyectil de mortero le hacía volar un brazo o una pierna, o desarmaba el cuerpo por completo, de tal forma que no había nada que juntar, y tenías que seguir atento porque si levantabas el fusil, te parabas, te liquidaban. Por eso había que tener mucho cuidado en los movimientos, relató con voz entrecortada. Durante los últimos días, cuando ya sabían que terminaba la contienda, a mediados de junio, nos despedíamos de los compañeros, de los oficiales, y yo solo le pedía a Dios volver a casa vivo o muerto, por la tranquilidad de mis padres, de mi familia, porque ellos fueron los que más sufrieron. La fe en Dios te hace superar las cosas. También le pedía no recordar algunas cosas porque muchas me hacen mal.
Una vez que terminó la guerra la familia del excombatiente no sabía nada. Recibió un telegrama en el que se informaba que todo está bien y que todos estaban en recuperación. Pero pasó casi un mes hasta que volvieron.
Una vez en Jardín América, su amigo Alberto Tarasiuk lo acercó hasta Colonia Primavera. En 17 meses de ausencia la fisonomía del pueblo le parecía distinta después de tanta nieve, agua, barro y piedra. Cuando llegamos a casa no querían creer. Volver a vernos fue muy emotivo. Mis padres y hermanos, Oscar, Marta y Delia (fallecida) me estaban esperando y se fundieron en un abrazo. En ese tiempo que se volvió eterno, este joven de apenas 19 años -como otros soldados- no pudo ver a ninguno de sus familiares. Cuando podía se escribían cartas, que solo al principio llegaban a destino.
Transcurridos unos días, volvió a colaborar con las tareas de la chacra. Costó recuperarme después de estar todo el día en el agua, en el barro, en el frío, con las botas mojadas sin posibilidad alguna de cambiarte. Son cosas que vivimos ahí y hay algunas que hasta la familia desconoce, que se prefiere no contar. Me costaba mucho hablar al comienzo porque me dolía. Pero despacito uno se va asentando, madurando, y trata de compartir algunas cosas, manifestó.
Por las noches su mamá acercaba el oído al soldado mientras éste estaba dormido para escuchar la respiración. Después le decía: Vengo, siento y vos no respirás. Y bueno mamá eso es lo que aprendimos. No podíamos respirar, ni movernos, ni siquiera emitir un sonido para evitar que nos descubran. La familia es, sin dudas, la que más sufrió, insistió.
Siempre los llevo en el corazón y me emociono cuando hablo de ellos, dijo al referirse a Sina, su mamá, y a su papá, Basilio, mientras otro nudo se le armaba en la garganta. Y extendiendo el brazo, graficó que teníamos la casa en la colonia y en frente estaba el potrero. Ella iba a ese lugar y se golpeaba la cabeza contra la madera y mirando el sol se imaginaba que yo estaba ahí. Son vivencias que ellos sufrieron quizás más que nosotros.
El colono consideró que entre los combatientes de ambos bandos las cuestiones eran distintas. Ellos peleaban por dinero, nosotros queríamos defender un pedacito de suelo sobre el que nos enseñaban en la escuela. Muchas veces no dábamos importancia de lo que significaba Malvinas. Y estando en Tierra del Fuego no teníamos idea que las islas estaban a solo 600 kilómetros de distancia.
Cuando todo llegó a su fin, Hutwert fue tomado prisionero junto a otros camaradas. A punta de fusil, los llevaron al campo junto a los ingleses para buscar a los muertos. Cuando encontrábamos uno, el sacerdote inglés hacía una pequeña ceremonia y si había un pozo se lo depositaba. De lo contrario había que hacer uno y enterrarlo. Eso me hizo duro. La vida te hace duro. Un poco de nosotros se murió con ellos. Para los ingleses todo había terminado. Pero nos aclaraban que teníamos que defendernos nosotros y ustedes porque, de lo contrario, uno moría. Nos tocó volver, y sabíamos de los lugares donde estaban las fosas por eso nos pone contentos que haya familias que puedan ir hoy a homenajear a sus seres queridos en el lugar correcto. Que puedan decir: ahí están los restos de mi hijo.
Pensando en volver un día al archipiélago, reflexionó que de una u otra manera ese lugarcito que tenemos allá sea recuperado porque nos pertenece. Para los ingleses es algo imposible de sostener en el tiempo por la distancia y los costos. No sé cómo pero pienso que un día las Islas tendrán que volver a ser argentinas.
Pasaron 36 años y ahora vivimos las consecuencias. Nos molesta cuando quieren ocupar nuestro lugar aquellos que no les corresponde porque durante la guerra murieron muchísimos de nuestros compañeros. Cuando hablo con camaradas de Entre Ríos, de Córdoba, veo que son muchos los que ya nos dejaron. Gracias a Dios tengo la contención de mi familia, pasamos momentos difíciles pero salimos adelante porque confiamos en Dios y le pedimos su ayuda.
Lo que pretenden es ser reconocidos. Piden que no nos menosprecien. En las grandes ciudades, donde están organizados, recibieron asistencia psicológica pero nosotros tuvimos que arreglarnos como podíamos. Hay otros puntos del país en los que están bien, donde los grupos en los que se nuclearon gestionaron trabajo para ellos y sus familias. Eso es lo que pedimos aunque a nosotros ya no nos van a dar trabajo. Sufro las consecuencias del enfriamiento y perdí la visión de un ojo. Más allá del daño psicológico, venimos sanos, enteros, pero hay muchos que volvieron sin piernas, sin brazos y buena parte de esos muchachos siguen olvidados. Algunos no cuentan siquiera con una cobertura médica. Todo eso es injusto. Ves que los políticos se esmeran en hacer las cosas para otro tipo de gente, como que somos una partecita olvidada cuando nosotros fuimos a defender algo que es nuestro, de todos, lamentó. Es difícil de entender.
No fuimos reconocidos por nuestro país, pero los propios oficiales ingleses reconocieron lo que hicieron los soldados argentinos quizás con la mitad de capacidad de armamentos, pero se hizo un montón por la garra, el espíritu, las ganas que tenía el soldado de ir y combatir, celebró mirando al cielo.
La vida después de esto es poder juntarnos. hutwert suele hacer reuniones en la chacra y hace poco se reencontró con amigos Entrerrianos. Esas son las cosas que quedan. Esas personas estuvieron con vos. Fueron 72 días en los que compartimos todo: el hambre, el dolor, el frío, la tristeza. Tratamos de salir adelante, siempre agradecidos a Dios y a la familia que siempre está presente y es el pilar.
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