La pobreza, a veces, parece la caverna de Platón, en tanto es el lugar al que se hallan encadenados los hombres y las mujeres que no pueden ver más que las sombras de los objetos. Si bien esto parece ser algo contundente, la ideas de “ciclos de privación” o de “círculos de la pobreza” con las que trabajan varias teorías económicas juegan un poco con esta alegoría, pues encierran y atan a los pobres a su condición. Desde estas perspectivas, la pobreza sería algo que se transfiere de generación en generación, debido a modos de crianzas inadecuados que se repiten de padres a hijos. Otros modos de ver la pobreza, que se conectan con explicaciones patológicas o subculturales, dan conceptos que también profundizan la relación entre pobreza e individuos o refieren cierta estigmatización socio cultural.La noción economicista de “continuidad intergeneracional” se asemeja a los conceptos de “ciclos de privación” o de “círculos de pobreza” en el sentido de ver a la pobreza como un fenómeno reproductivo que se trasvasa de generación en generación. A diferencia de los otros dos conceptos, la “continuidad intergeneracional” profundiza la visión de la pobreza como una patología que afecta a ciertas familias. La diferenciación entre individuos, familias en un mismo contexto, obedece, entre otras cosas, a factores genéticos que predisponen a vivir situaciones de vulnerabilidad social. El pobre es pobre por un determinismo natural, la pobreza es una consecuencia natural, la pobreza se naturaliza, la caverna se pone más oscura, el banco se hace más pesado y las cadenas se engrosan. Otras propuestas más sociológicas, han hecho ver que la pobreza es una cuestión cultural, tratando aspectos tales como la “cultura de la pobreza” o la “cultura de la dependencia”. Bajo el rótulo de cultura de la pobreza se toman diversos elementos que se repiten al relevar la historia de vida de los pobres y que abarcan tanto lo familiar como lo individual. Dentro del primer nivel, el familiar, son tomados elementos divergentes como la ausencia de una niñez prolongada (con respecto a la comparación de clases medias y altas) y protegida por adultos, con una muy temprana iniciación sexual, la presencia de uniones de hecho, las altas cifras de abandono marital y la cantidad de mujeres a cargo de hogares. El concepto de “cultura de la pobreza” dado por Oscar Lewis presenta algunas aristas difíciles de sortear o, más bien, evidencia algunos aspectos que son casi obvios y enmascaran otras cuestiones, como el referir a “la protección de adultos” en un contexto donde nadie se halla protegido. Cuando se trabaja la falta de privacidad no se la ubica como una resultante del hacinamiento en viviendas con poco espacio para los miembros que la habitan debido a la poca probabilidad de acceso a la tierra, la pobreza sigue siendo ese lugar segregado donde el pobre tiene cierta culpa de ser pobre. Otro elemento familiar difícil de comprender es la fuerte predisposición al autoritarismo que presentan las familias pobres, donde aparece el adjetivo “fuerte” como enfatizador, lo que es un elemento común en estas miradas. Se entiende al autoritarismo como la coacción hacia alguien; muchas veces, al abordar la “cultura de la pobreza” se deja de lado el tema de la reproducción de las prácticas coercitivas de la represión política, judicial y social de la que los pobres son víctimas. Una vez más, la cuestión se centra en las figuraciones de las clases pobres y los estudios no dan cuenta que están observando a la caverna desde sus propias sombras.Cuando se observa a la “cultura de la pobreza” aparecen aspectos subjetivos y valorativos, fuertes sentimientos de marginalidad, impotencia, dependencia e inferioridad. Esta recurrencia al sentir también se encuentra en los abordajes de “perfil de la pobreza” que busca responder cuestiones tales cómo ¿Quiénes se definen como pobres? ¿Dónde viven? ¿Cuáles son las principales características de la pobreza? ¿Por qué son pobres? Si bien es cierto que la aparición de la subjetividad es un hecho interesante y, muchas veces, plausible en este tipo de investigaciones, también se debe hacer ver el riesgo que se corre al cerrar a la pobreza dentro de sí misma, a atar a los pobres a un banco dentro de la caverna.Otro término vinculado a la pobreza es el de “cultura de la dependencia”, que remite a la percepción de algún tipo de beneficio o de aporte de seguridad social. Este término refiere a cierta predisposición de las personas en situación de pobreza a depender económicamente de la asistencia. Siempre ha existido cierta estigmatización de las personas que son asistidas por el estado; ocurría en la Inglaterra del siglo XIX con su Ley de pobres, ocurre en la Argentina del siglo XXI con sus planes sociales. Tanto la “cultura de la pobreza” como la “cultura de la dependencia” enfocan la cuestión mirándola, riesgosamente, desde las mismas condiciones de pobreza. Así, el pobre está en la caverna y bastará que alguien (¿el estado? ¿la escuela? ¿la iglesia? ¿una Oenegé?) lo saque a la luz, lo lleve a la cima de la montaña para ver los objetos tal como son y se foguee para asumir determinados roles sociales. Que el pobre pueda ver la “profundidad humanística” del capitalismo, al tomar conciencia de la importancia del capital social que puede conformarse desde una red de relaciones que ayuden al sujeto a mantenerse en determinada situación, para poder evitar el empobrecimiento. La idea de capital social parece atrayente pero sigue remitiendo al capitalismo y pareciera ser una especie de serpiente que se muerde la cola: el mal se solucionará con algo emergente de lo que provocó el mal. Podemos coincidir, siguiendo a David Harvey y a otros teóricos que problematizan sobre la modernidad y la posmodernidad, que el capitalismo traza varias trampas astutas para seguir imperando y que muchas de éstas son discursivas: los relatos que muestran un futuro terrible para la humanidad constituyen una de esas trampas, el fin del capitalismo es el fin del mundo o, al menos, el fin de una civilización donde los “nosotros” viven “felices” aunque acechados por los “otros” que deben ser controlados. La modernidad ha hecho de la alegoría platónica de la caverna una muestra de ese sistema de control. En la caverna, se puede percibir el objeto, sus contornos, tener cierta idea a partir de la figuración, imaginar lo que está dentro a partir de la clave que la educación posibilita. El pobre puede acceder a “una parte” y la imposibilidad de acceso no es sólo una cuestión económica ni refiere a la posesión de objetos materiales solamente. Quizá la posesión del objeto (ofrecido en la vidriera del consumo) sea un elemento de esa parte, La privación es otra, las privaciones son otras: calzado, alimentos, vestimenta, la posibilidad de acceso al sistema de salud, la posibilidad de contar con agua corriente, el acceso a una buena educación, el acceso a ciertos (muchos) productos c
ulturales, cuestiones de diversa índole que afectan al ejercicio pleno de la ciudadanía y marcan cosas esenciales como la vida y su esperanza de prolongación. Los pobres, atados a un banco de piedra no ven más que la fogata que es su fuente de calor, la pobreza del siglo XXI se parece a la representación de La caverna hecha por José Saramago, donde los hombres y mujeres petrificados miran al lugar donde estaba la hoguera y el Centro Comercial (representación de La Metrópoli -a la manera de Fritz Lang- capitalista que regula la vida de quienes están bajo su imperio) los ofrece como una atracción más que se suma a la artificiosidad que reina y pulula en el monstruoso edificio de más de cincuenta pisos que se va ensanchando para ocupar todo el espacio circundante. A la vida simple del campo, con su tosquedad y sus limitaciones, el Centro Comercial opone los departamentos amoblados modernamente, con poco espacio, y hace sentir el peso del yugo sobre sus dependientes. En la novela, la individualización se rompe mediante un grupo colectivo primario, la familia. Los protagonistas eligen escapar liberándose de sus pertenencias, para recuperar su libertad. La puesta en acción del grupo, factor indispensable para conseguir la libertad, aparece como una cuestión clave para entender la representación de la pobreza hacia el interior y para el exterior del colectivo social de los pobres. La cuestión central sería cómo hacer que la gente pobre no se transforme en esa pobre gente. Esta especie de paradoja encierra, en su juego gramatical, una consideración vital que hace a lo individual pero también marca la identidad colectiva social: el sentirse pobre. En nuestra posmodernidad, que se caracteriza por pasar del estar en la cueva, frente a la hoguera, al edificio del centro comercial, es posible que el pobre no se sienta tan pobre y, aunque se reconozca gente pobre, no se identifica como pobre gente. Y en estas paradojas que encierra el estar mirando sombras en el muro, los pobres atados al banco pueden ser los que observan la pobreza creyendo ser aquellos llevados a la cima que, a su vuelta, traen la verdad, la revelación, a sus compañeros de encierro. Entonces, volviendo a Platón y a Saramago.¿cómo era eso de la pobre gente?
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