Colaboración:Lic. Hernán CenturiónPunteros políticos, bolsas de mercadería, billetes, compra de voluntades para que tal o cual candidato se asegure alcanzar ese lugar dentro de la estructura del Estado. Ellos no lo reconocen de ningún modo, pero ya no hay más ilusos, es un secreto a voces, se puede ver.Las elecciones generales de la provincia de Tucumán, volvieron a poner en discusión un flagelo a la democracia que ocurre en prácticamente toda la Argentina. Votos dentro de las urnas antes de que empiece el comicio, urnas quemadas, reparto de alimentos, fiscales intentado ingresar votos dentro del recinto donde comenzó a realizarse el escrutinio definitivo. Dicen que hay que mirar la historia para que los hechos no se repitan, pero prácticamente desde que volvió la democracia hace 32 años, se ha visto perfeccionarse aquello que se vivió en la denominada “Década infame” de 1930.Pero para no herir susceptibilidades, hablemos entonces del “mito del clientelismo político”. Una fantasía, construida por todos los que perdieron las elecciones a lo largo de los años, para deslegitimar al vencedor en las urnas. Es mentira que se usa dinero público, pero también dinero privado, para que una parte del electorado sea cooptado para votar para tal o cual aspirante. Pero para que eso ocurra deben existir personas que necesiten de esa estructura perversa que los sostiene. La ecuación exacta es pobreza + ignorancia=chantaje político. –“Si no votás a fulano, no vas a seguir cobrando los planes sociales y no vengas a pedir colchones o ayuda porque si no gana se termina todo”. Y así la carita de ese “salvador” va apareciendo cada vez más cuando se abren las urnas, en aquella escuela donde el puntero tenía bien aceitado su sistema.Pero también muchas veces en la relación clientelar hay una reciprocidad mutua. Al parafrasear a Javier Auyero en su libro “Clientelismo Político en Argentina: doble vida y negación colectiva”, vemos que hay una realidad que existe, pero que no se reconoce. El autor nos dice que “la verdad del clientelismo es colectivamente reprimida”, tanto en los mediadores en su énfasis de “servicio a los pobres”, “amor por los humildes” y “pasión por su trabajo”, como así también por los “clientes” en su visión de “amistad” o colaboración con el puntero. Al respecto, el sociólogo francés Marcel Mauss, en su libro “El Don” (1925), dio una explicación antropológica acerca del intercambio en las sociedades arcaicas, pero que continuamente es citado en los estudios sobre el clientelismo. “En sí mismo, el acto de dar asume formas muy solemnes… el que da demuestra una modestia exagerada… El objetivo es desplegar libertad como así también grandeza, sin embargo lo que se pone en juego son mecanismos de obligación… por medio de cosas”. Hace pocos días, en una entrevista televisiva, Félix Díaz, el líder Qom de la comunidad “La Primavera” de Formosa, relató cómo se sintió herido en su dignidad cuando llegaron a su vivienda semanas antes de una elección. El operador de un candidato se acercó de muy buena manera con bolsas de mercaderías, a modo de ayuda para paliar la difícil situación que pasaba la familia del aborigen. Pero luego le pidió que le entregara su documento y el de su esposa. Félix se negó, entonces el “benefactor” le dijo que no iba poder dejarle las bolsas. Su mujer lo convenció de hacerlo, porque sus hijos hacía días que lloraban de hambre. Con esos DNI, se aseguraban dos, en la cosecha de centenares, o miles de votos a ese candidato para el cual el puntero trabajaba. No hay nada malo en trabajar para un candidato, nadie llega sin la colaboración de militantes que crean en las propuestas, pero lo repudiable es que se haya montado una tramposa industria sin chimenea, que aflora ante cada elección. Admitamos que los resultados de las elecciones se deben a que la mayoría de la gente elige libremente cuál candidato es el mejor para que la gobierne. Pero realmente alarma darse cuenta que por temor a perder beneficios, muchos electores queden atados a una estructura política. Desde la más alta esfera estatal se han exhibido los logros sociales que consiguió la ciudadanía gracias a las políticas públicas. Como paliativos coyunturales, han ayudado a los sectores de menores recursos a llevar una mejor condición de vida. Pero en época electoral, se vincula directamente esa ayuda a la continuidad de una estructura partidaria. Indirectamente dan a entender que si no triunfan en los comicios, los beneficiarios perderán lo que consiguieron durante la gestión. Esto llevó al principal candidato de la oposición (según las encuestas) a prometer que si gana las elecciones en octubre continuará las políticas de asistencia puestas en funcionamiento por el Gobierno. Esto puede verse como un intento de captación de los votos de ese sector social, que por lo evidente representa un gran caudal para los comicios presidenciales. No cabría otra explicación para ese discurso que sólo prometía generar trabajo y nunca antes había mencionado las asignaciones sociales. Sus asesores de campaña probablemente vieron que ese sector no lo votaría porque corría el rumor de que si llegaba a la Rosada iba eliminar las ayudas sociales. El lector se preguntará cuál es la vinculación entre clientelismo político y la obligación del Estado de brindar asistencia a los sectores más humildes. Como ya se mencionó, es la pobreza unida a la ignorancia, transformada en miedo a que se cumplan las advertencias de los punteros si cambia el Gobierno. Al mirar hacia adelante se vislumbra que sólo con un constante trabajo de erradicación de la pobreza, un mejor nivel de aprendizaje en el sistema educativo y un mayor acceso a genuinas fuentes laborales (no dinero de asignaciones sociales, computada como trabajo por el Indec) se podrá aspirar a terminar con el chantaje, el clientelismo y las deformaciones que todavía tiene nuestra democracia. Porque en las condiciones actuales la política todavía sale a “comprar” votantes con métodos indignantes, en lugar convencerlos para que elijan candidatos con la conciencia libre.
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