El olor nauseabundo guió a los vecinos hasta los fondos de la casa de la calle Eva Perón, sobre el final del trazado. Entonces, el misterio se resolvió: el cuerpo de Juan Carlos Álvarez (60) apareció enterrado en la propia vivienda que compartía con Jorge Ezequiel Almada (30), el joven al que había acobijado e incluso brindado trabajo.“Tito”, como era conocido en la zona, había desaparecido veinte días antes. El hallazgo de su cuerpo conmovió a todos en el barrio Don Claudio de Garupá. Pero más shockeante fue la noticia que se dio ese mismo martes 30 de abril de 2013 por la noche: el detenido y principal sospechoso era Almada, el mismo a quien Álvarez había adoptado como compañero de vivienda.Más de dos años después, aquellas primeras sospechas de los investigadores se confirmaron. Días atrás, Almada confesó la autoría del aberrante crimen y firmó un juicio abreviado por el que recibió 15 años de prisión, según pudo saber PRIMERA EDICIÓN en base a sus fuentes.El acuerdo fue rubricado por la defensora oficial Celina Silveyra Márquez y por la fiscal Liliana Mabel Picazo.Más tarde fue homologado por el Tribunal Penal 1 de Posadas, donde en los próximos días debía celebrarse el juicio oral y público.Crónica del horrorEl expediente que en su momento sustanció el magistrado Marcelo Cardozo, titular del Juzgado de Instrucción 1 de Posadas, no es más que una crónica del horror que se suscitó en la vivienda de la calle Eva Perón, a unas siete cuadras de la ruta nacional 105, en cercanías a un cementerio privado.La historia del crimen comenzó a principios de 2013, cuando Almada llegó a Misiones desde Concordia en busca de nuevos horizontes. Entre los vecinos de Don Claudio no tardó en ganarse el mote de “El entrerriano”.Tampoco tardó en ganarse la confianza de Álvarez, un olero que vivía solo y que le ofreció techo y trabajo. Nada hacía prever lo que sucedería.Aunque llevaba una vida solitaria, “Tito” frecuentemente visitaba a su familia en el barrio Villalonga del Gran Posadas. Por eso a sus allegados les extrañó que a principios de abril de ese año el olero se esfumara.Los cercanos a Álvarez radicaron entonces una denuncia por desaparición de persona e iniciaron una búsqueda a la que también se sumaron los vecinos. Aquel martes 30 de abril de 2013, alrededor de las 16.35, el olor nauseabundo puso fin al misterio.El cuerpo del olero apareció enterrado en el fondo de su vivienda. La posterior autopsia le puso palabras al horror. “Traumatismo de cráneo grave con estallido y posterior degollamiento con mucha violencia, elemento compatible con una pala”, concluyeron los forenses. El cadáver había permanecido allí por una veintena de días.Los testimonios en Garupá lentamente señalaron a Almada. Algunos hablaban de amenazas y, otros, que había abandonado Entre Ríos por un crimen del que pocos sabían. Las pruebas terminaron de cerrar y pocas horas después del hallazgo, “El entrerriano” acabó tras las rejas.Cercado por la evidencia, el sospechoso no tuvo más escapatoria que confesar el crimen y acordar una pena virtualmente menor a la que podría haber recibido en un debate oral y público, donde llegaría acusado por el delito de “homicidio simple”. Y con la misma pala que utilizó para matar, Almada cavó su propia tumba. Las pericias lo rodearon. Y no le quedó más que confesar el aberrante homicidio.
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