La pequeña Zoe no conoce los dibujitos de la tele pero pega grititos de emoción cuando ve una mariposa, y hasta tiene sus especies preferidas. Este miércoles 23 festejará su primer cumpleaños en medio de la selva misionera, más exactamente en el Parque Provincial Urugua-í, un área natural protegida de 84 mil hectáreas donde su mamá Perla Gavilán trabaja como guardaparque, carrera que eligió cuando apenas era una nena que, casualmente, tenía más interés por la ecología que por los juegos. Perla tiene una gran capacidad de adaptación, es aventurera y dúctil, como deben serlo la docena de guardaparques mujeres que como ella, también son o pueden ser madres y esposas. Eso explica la presencia de la amada Zoe en el Puesto 101 de guardaparques ubicado a 30 kilómetros de Andresito, en medio de la selva. Desde que era muy chiquita, Zoe comenzó a ir con mamá y papá (también protector del monte), a las guardias de una semana que deben cumplir junto a los otros diez profesionales que componen el grupo que tiene a su cargo las tareas de conservación. Perla tiene 34 años y su vida transcurre en torno de la profesión que no pudo eludir, porque es más que eso para ella. “Es mi pasión. Yo no podría ser otra cosa y quiero ser guardaparque hasta que me jubile”, nos cuenta, un tanto tímida por no creerse merecedora de una nota. En diez años en los distintos vergeles de la provincia, esta verdadera heroína aprendió de todo, particularmente porque hubo tiempos en los que tuvo que cumplir guardias de 15 días corridos, y sola. “Aprendí a poner un foco, a cambiar una garrafa, a limpiar un sendero”, puntualiza, para graficar lo autónomas que son nuestras guardaparques. También aprendió a reconocer especies de árboles, pájaros y animales, a descubrir huellas, a buscar medicina natural, a oler el peligro, a saber con certeza si el nuevo trillo en la espesura lo hizo un gran mamífero o un grupo de cazadores furtivos. De hecho, en estos años participó en “varios rastrillajes y operativos que fueron exitosos”, según la jerga técnica de estos profesionales de la naturaleza. Quiere decir, en otras palabras, que agarraron a los destructores con las manos en la masa, les secuestraron armas, redes, trampas, carpas y vehículos y los detuvieron para que paguen ante la justicia por el delito de lastimar y matar la biodiversidad. El amor que se transmitePerla recuerda que estaba en cuarto grado de la primaria en la escuela 723 de Puerto Esperanza cuando una maestra comenzó a incentivarlos: les hizo hacer el diario ecológico, salían al monte a recorrer senderos para encontrar nacientes perdidas, les enseñaba sobre los sonidos de la selva y sus significados. Con apenas nueve o diez años, ella ya sabía que en el monte quería vivir, pero cuando terminó la secundaria las limitaciones económicas le impidieron viajar a Córdoba, donde se dicta la carrera de guardaparques nacional. “Cuando se abrió la tecnicatura provincial en San Pedro no dudé”, cuenta. Allá fue a estudiar y allá también conoció al que ahora es su esposo, aunque en los tiempos de estudiante no iniciaron más que una cortés amistad. Están juntos desde hace cuatro años, y el hecho de compartir la vocación los ayuda a mantenerse unidos y a comprenderse. Las guardias en el puesto 101 ahora son de una semana de por medio, es decir que en forma intercalada, pasan la mitad del mes en el monte y la otra mitad en la ciudad. Cuando van a ingresar a la guardia, Perla tiene algunas postas obligadas en la “civilización”: pañales, leche, protector solar, repelente de insectos, todo lo que la farmacia de la selva no puede proporcionarle a Zoe. “La experiencia de criar a Zoe en este entorno es maravillosa. Se me facilita porque estoy con mi marido y porque mis compañeros son mi familia. Imaginate que dormimos bajo el mismo techo, comemos juntos, tomamos el mate juntos, planificamos las actividades juntos, se arman las recorridas, todo es en ese marco de un compartir permanente”. Serán sus “parientes del monte” los que ayuden a la pequeña Zoe a apagar las velitas de su primer cumpleaños en el puesto 101. La pequeña guardiana del monte misionero seguramente festejará con el canto de los pájaros y el sonido del alguna cascada de fondo, y hasta tendrá como regalo un paseo por el sendero de las mariposas que tanto le gustan. Igualita a mamá. Por Mónica [email protected]
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