La figura de Francisco, a esta altura resulta indudable, ha ganado una creciente gravitación en el escenario internacional superando barreras ideológicas y culturales en base a un pontificado, cuya dinámica y compromiso con los temas más urticantes de la agenda internacional no termina de sorprender. Quienes en estos días se vieron en la tarea de definir el encuentro con Fidel Castro y posteriormente la visita a los Estados Unidos, dónde el Papa fue recibido por el presidente Obama y luego visitó el Congreso -siendo el primer pontífice que habló ante la asamblea de ese cuerpo colegiado- se encontraron con una escasa provisión de calificativos. Pocos vocablos se ajustan al derrotero profundo de este viaje y sus símbolos, realidades políticas y culturales, subyacentes como el calificativo de “histórico”. Mal que le pese a los lectores de Fukuyama, los gestos del Papa no tendrían el sentido que tienen si no reflejaran, en tiempo real y en un proceso con fuertes señales de cambio, la impronta viva de la historia.La trayectoria del papa Francisco, el primer latinoamericano con domicilio en lo más alto del Vaticano, resume una historia de siglos, no sólo de la Iglesia Católica, sino de la humanidad, y el pontífice es consciente, en cada momento, del hecho histórico que protagoniza. Ante el Congreso de EEUU, tras hablar de cambio climático, y de "una economía incluyente y sustentable", manifestó Francisco: "La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo. Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte".
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