Desesperados por el marketing, en medio del bochornoso caso de Tucumán, tirando carpetazos a diestra y siniestra y mirando siempre la paja en el ojo ajeno sin hacerse cargo de ninguna de sus propias vergüenzas, a medida que se acercan las elecciones, los políticos de todos los colores apelan cada vez con más soltura a todas las artimañas habidas y por haber y hacen denuncias para desacreditar al de enfrente.En conversaciones privadas es muy común que muchos de ellos se refieran a los ciudadanos que miran de lejos todas esas construcciones cínicas como “la gilada” y lo hacen con cierto conocimiento de causa, ya que está bastante claro que quienes están del otro lado son los que no terminan nunca de facturarles todos esos renuncios.Y no lo hacen porque hay algunos, “choripaneros” de ocasión o auténticamente convencidos, que están enrolados en posiciones ultras de ambos bandos y no entienden razones intermedias, mientras que otro gran grupo le escapa a todo lo que provenga de la esfera política. Entre estos últimos, hay algunos que aducen falta de cultura cívica, otros que se desentienden porque tienen que correr detrás del sustento diario y no encuentran tiempo para ocuparse “de esas cosas”.Ninguna de todas esas actitudes de los políticos o de la sociedad ha podido esconder la muerte por desnutrición de Oscar Sánchez, un drama de lesa humanidad que golpea a los argentinos.Y si bien los medios oficialistas invisibilizaron el caso, fue el poco tino presidencial el que contribuyó desde el atril a poner al niño qom de 11 kilos nacido en el Chaco en un pie de igualdad con la exposición del drama que representó el cadáver de Aylan Kurdi depositado en una playa turca.Desde el ejemplo, la presidenta Cristina Fernández obvió la situación pero, ¿qué pasó por la cabeza y el corazón del resto de los ciudadanos? ¿No habrá tocado esta tragedia tan grave la fibra más íntima de militantes y desentendidos, tanto como para comiencen a exigir respuestas más claras a los dirigentes? ¿No les habrá provocado la muerte de Oscar algo de vergüenza a quienes defienden apasionadamente los logros de estos últimos años cuando observan cómo se hunde el relato? En cuanto a la Presidenta y dentro de la excitación que parece crecer en ella a medida que se acerca su fin de ciclo personal al frente del Ejecutivo, dijo lo que dijo sobre el niño sirio probablemente no para esconder el drama chaqueño, sino casi como si ignorase lo que había ocurrido esa misma mañana, aunque se trataba de algo de su plena responsabilidad: “que nadie nos venga a poner de ejemplo a algunos países del Norte. Por favor, yo no quiero parecerme a países que expulsan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas”, sentenció.El “yo no quiero parecerme a países” implica además una desafortunada comparación de términos desiguales, pero no la única en la que incurrió el Gobierno. Dos días antes, un kit escolar del ministerio de Desarrollo Social dedicado a niños de 4 años emparentaba, a partir de un rompecabezas donde se pedía a los chicos que identifiquen a los que “están trabajando juntos para que se cumplan tus derechos”, la figura de la Presidenta con el Estado.La propensión a empardar al gobernante dadivoso con el manejo de la hacienda pública, que se nutre de fondos generados los privados, es algo bien complicado desde los antecedentes que tienen los totalitarismos y es algo que siempre se manifiesta en las buenas. Cuando hay que hacerse cargo de hechos dolorosos, generalmente se mira para otro lado.Para meterle fichas a Europa, la Presidenta también señaló en ese mismo discurso frente al expresidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva y de “nuestro candidato”, Daniel Scioli, que aquello que sucede con los inmigrantes en el Viejo Continente “no es de cristianos” y añadió que se trata de “decadencia cultural” el hecho de andarse “tirando los inmigrantes de un país a otro como si fueran bultos”.Más allá de esa retórica, la Iglesia acaba de advertirle al Gobierno sobre la viga en el ojo propio, es decir la “tremenda realidad” de la desnutrición infantil en la Argentina y de la “pobreza estructural”. Está claro que tal responsabilidad la tiene el actual modelo y si lo han dicho algunos obispos con tanta crudeza no es porque se han cortado solos.En materia de discursos y de comparaciones forzadas o de menciones inadecuadas, el mes no fue positivao para la Presidenta y su equipo. Por ejemplo, en el caso de la votación de las Naciones Unidas en relación a las reestructuraciones de deudas, el Gobierno siguió empeñado en vender gato por liebre con medias verdades, tratando de mostrar un lustre de política exterior que luce bastante contundente, aunque resultará algo inofensivo desde la práctica. Si hasta el ministro Axel Kicillof dijo sueltito de cuerpo que la Resolución de la ONU votada a favor por 136 países era tan importante que se asimilaba a “los Derechos del Niño”.La desmesura del ministro fue tal, que no reparó que esa Declaración tan trascendente iba a dejar muy mal parado a su gobierno, ya que entre los 10 puntos del Tratado Universal de 1959 se apuntaba a asegurarle a los niños, entre otros, los siguientes derechos, justo los que Oscar nunca gozó: “a la igualdad, sin distinción de raza, religión, idioma y nacionalidad; a tener una protección especial para el desarrollo físico, mental y social; a una alimentación, vivienda y atención médica adecuada y a una educación y a un tratamiento especial para aquellos niños que sufren alguna discapacidad mental o física”.Kicillof estaba tan exultante y del mismo modo se mostró la Presidenta, que se llegó a decir por cadena nacional que “estos principios básicos que van a regir la reestructuración de la deuda soberana de todos los países del mundo”. Más allá del triunfalismo, el “van a regir” significa de ahora en más, ya que se trata de una Resolución no vinculante que no obliga a los Estados, ni siquiera a los que acompañaron a Argentina.Entre los elementos positivos que tienen los nueve principios que se votaron es que en las reestructuraciones futuras, si los prospectos lo prevén, habrá cláusulas que permitan incluir a 100% de los acreedores en el arreglo, si se consigue una mayoría calificada, tal como ocurre en las quiebras empresarias. Este no es el caso en el arreglo que propuso la Argentina para salir del default en los canjes de 2005 y 2010, más allá de que se allanó voluntariamente a dirimir los conflictos en los tribunales de Nueva York.Lo paradójico del asunto es que el gran test de esta nueva manera de mirar los procesos de deuda, que efectivamente tiende a acotar el universo de los fondos buitre, que son especuladores por excelencia, podría protagonizarlo el país, si el próximo año el nuevo Presidente decide pagar en bonos el litigio con los holdouts.Entonces se verá en carne propia qué ocurre cuando haya que discutir estos principios. Seguramente, si se los pone arriba de la mesa y se conserva la jurisdicción local, la refinanciación se habrá de encarec
er, ya que nunca faltan fondos, sino hay que ponerles siempre por delante la tasa que atraiga a los compradores.En ese sentido, no extraña que los países que votaron en contra, salvo Israel, representen a una parte sustancial de los habituales acreedores de este tipo de colocaciones, como los Estados Unidos, Alemania, Japón, el Reino Unido y Canadá, ya que sus bolsas son las más activas para generar este tipo de colocaciones. Entonces, mal que le pese al actual Gobierno, lo que se observará en la práctica será una solución de mercado para una Resolución que representa un importante espaldarazo en lo político, aunque a todas luces, pese a la euforia oficial, parece ser ideológica, burocrática y finalmente inocua.La guerra de los medios también se manifestó en este caso, ya que la prensa gubernamental hizo el tachín-tachín correspondiente en todas las primeras planas y zócalos televisivos de la extensa cadena oficial, una suerte de "estamos ganando" financiero, mientras que la situación se presentó de modo bastante diluido en la prensa no adicta.Sin embargo, la pelea mediática se emparejó bastante con la situación que involucra al primer candidato de Cambiemos a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, Fernando Niembro. Los negocios por adjudicación directa que había hecho con el gobierno porteño una empresa que le pertenecía en otros tiempos fueron criticados casi por todos los medios del mismo modo, aunque la metralla oficialista fue constante y creciente.
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