Señora Directora: La felicito, de verdad, encarecidamente. Leí con interés, y no oculto que con cierta estupefacción, las diversas columnas que ha ido dedicando los últimos días a la insólita subvención del Iprodha al club de golf Tacurú.Vaya por delante, debo confesarlo, hoy ciertamente, con la boca un poco pequeña, que soy amante del golf y de todo lo que tiene que ver con él. Y precisamente porque lo amo, hoy debo avergonzarme con usted que un club privado de golf, o mejor dicho siendo más precisos, la comisión directiva de un club de golf, tenga la sinvergüencería de aprovecharse en interés del club y quizá también de alguno de sus miembros (recordemos a la mujer del César), de unos recursos públicos que claman por una aplicación harto más apremiante.Nada hubiera dicho yo, si hace unos minutos no hubiera caído en mis manos la detestable solicitada que le ha prodigado el Tacurú, que con un tan lamentable como falso victimismo, no parece solicitar otra cosa que se prohíba a los medios de comunicación desempeñar su labor de denunciar ante la opinión publica todas las insensateces, como la que hoy nos ocupa, que cometen nuestros políticos.Solo añadiré en cuanto a este punto, que sin medios de comunicación como el que usted dirige, la democracia que se proclama como forma de gobierno, nuestra gloriosa Constitución, no valdría más que el papel en el que está escrita.Por favor, cumpla con su cometido y continúe denunciando como viene haciendo hasta ahora, cuantas irregularidades conozca, no se arrugue ante los insultos, los lectores, que no somos tontos, ya sabremos discriminar los hechos de la mera palabrería para defender lo insostenible. Pero vayamos al grano. Esta nota va dirigida especialmente a los mismos socios del club, que sospecho, que en su mayor parte, como yo mismo, somos ignorantes de la particularidades de esa oprobiosa subvención, tanto por su origen, una entidad cuyo fin todos conocemos, construcción de viviendas sociales, y su destino, un pequeño grupo de deportistas bendecidos por la suerte, como puede constatarse a poco que paseemos por los aledaños del Tacurú.Dicen que el golf es un deporte de caballeros, regido por la honestidad y el honor. Así lo he visto jugar en todo el mundo. Y estoy convencido que así es también en el Tacurú.Porque es así este deporte, y porque todos los que lo amamos queremos que continúe siendo así, no se puede permitir que su gestión caiga en manos de indeseables que ensucien la imagen de quienes jugamos al golf y que estamos dispuestos a pagar por jugarlo. Por eso pido aquí, públicamente, a todos los socios del Tacurú, que tomen cartas en el asunto y renuncien expresamente a una subvención que solo podría aceptarse desde posiciones obscenamente egoístas e insolidarias.El golf es un deporte excepcional, pero cuando se juega con la conciencia tranquila; recordemos quiénes somos los que jugamos, y sobre todo cómo se vive tras los altos e impermeables muros del Tacurú. Si para jugar en el Tacurú he de asumir que es a costa de desatender muchas de las necesidades sociales que estrangulan a nuestra sociedad misionera, mejor venderse los palos y dedicar la cancha a plantar coles.Sinceramente, mi conciencia no se acalla con una propina de cien pesos al vecino de la villa que cada día bajo el tórrido sol misionero, arrastra indolentemente mi pesadísima bolsa Mizuno, ¿cómo lo veis vosotros queridos socios?
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