Señora Directora: Como ciudadano argentino deseo ser claro, objetivo y determinante en mis principios, manifestando que no pertenezco a ningún color ni distintivo político que altere mi esencia patriótica, democrática y republicana. No traicionaré bajo ninguna circunstancia a mi amada Patria, pues estos sentimientos están por encima de toda ideología fanatizante que magnetiza la verdadera esencia del espíritu de libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión que es el fundamento intrínseco de la soberanía del pueblo. Pues, es menester que entendamos y reflexionemos que el verdadero poder reside en el Pueblo.Pienso que los ciudadanos que son elegidos por medio del voto popular, secreto y obligatorio para representar y responder con honestidad y humildad en todas las áreas en que sena designados para contribuir con inteligencia y sabiduría en la conducción y gobernabilidad de las instituciones de nuestro Estado nacional. La ecuanimidad debe ser un principio fundamental para establecer la unión del pueblo argentino como lo señala el primer párrafo de nuestra Constitución Nacional y el segundo, afianzar la justicia, y en el anteúltimo, lo esencial, asegurar los beneficios de la libertad.Estimo que sería interesante que todos los que acceden al “vehículo” de la política hicieran un viaje retrospectivo dentro del túnel del tiempo y detenerse en aquella esplendorosa civilización de hace unos 26 siglos, como lo fue Grecia, cuna de la política y de la democracia que surgieron del profundo pensar de hombres ejemplares, llamados filósofos.Decían que política en su primer concepto, aplicado a un estado, significaba “arte de gobernar”, pero que es necesario la conjunción de inteligencia y sabiduría; y a la democracia (“demos”: pueblo y “kratos” gobierno), gobierno del pueblo y para el pueblo.Dentro de mi humilde pensamiento, rescatando un concepto político que, decían los griegos, es diversidad de ideas y gestiones positivas que se conjuguen en benéfico del pueblo y engrandecimiento de la patria.Quisiera expresarme respetuosamente a mis conciudadanos que, de acuerdo a mi leal entender, las ideas deberían ser de reciprocidad para un bien común y no ser catapultadas a especulaciones personales, partidarias o sectoriales y actitudes facciosas que derrumban el verdadero sentido republicano, democrático y federal.Debo decir que he nacido en la etapa que se la llamó “Década infame”, en 1935, pero en un lugar maravilloso, considerado como una de las siete maravillas de la Tierra. Hoy, en pleno siglo XXI, podemos apreciar con los cinco sentidos que la corrupción y la delincuencia descienden desde las más altas “cúpulas” hasta lo más pequeño y se ha como serpientes constrictoras que comprimen y fagocitan a gran para del pueblo.Piense que la política es un arte bueno si partimos del concepto etimológico como la educación, pues es o debe ser urbanidad, cortesía, respeto, etc., y ello se ha deteriorado en su esencia ética y moral.El gran filósofo griego Zenón dijo, entre tantas cosas hermosas: “Cumple con tu deber, así te cueste la vida”. Me pregunto: ¿cumplen los gobernantes (los tres poderes del estado) y funcionarios con lo que manda y ordena la Constitución, las leyes y los acuerdos internacionales?, ¿con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con los derechos del hombre, con la Convención Americana de los Derechos Humanos, llamada Pacto de San José de Costa Rica, con la Convención sobre los Derechos del Niño (ley 23.849), etc.?En los albores de nuestra Constitución, partiendo del acuerdo de San Nicolás de los Arroyos (1852), en medio de las guerras intestinas, se convino en redactar la Constitución Nacional y en ella se estableció la forma de gobierno. Se la juró el 1 de mayo de 1853 por voluntad de las provincias que la componían en representación de los pueblos y que se redactó inspirado en la doctrina de las bases constitucionales y brillantes del abogado Juan Bautista Alberdi. Éste a su vez extrajo los conceptos del profundo pensamiento del gran filósofo griego Aristocles (Platón) y que los estampó en su libro “La República y las leyes”.Además Alberdi se sustentó en lo proclamado en el acto redactado cuando se produjo la Revolución Francesa y la caída de la famosa Bastilla, poniendo fin a la monarquía en ese país, en 1789. Al mismo confluyeron las ideas para construir la plataforma de lanzamiento de un verdadero modelo democrático y republicano del cual se alimentó una ley madre, la Constitución; es decir, una nueva forma de gobierno y los primeros perfiles de los derechos humanos.Aquel acontecimiento que ordenó, decretó y estableció nuestra Constitución, o ley madre, fue aprobado por unanimidad de los convencionales como representantes del pueblo de la Nación Argentina. Lo relevante y que puso luz y autoridad a la ley que estableció fue que sobre el juramento se invocó la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia.Hoy, a 160 años de aquel histórico evento, nuestra Nación está transitando por caminos sombríos y escabrosos. El pueblo dividido por el autoritarismo y la necedad de quienes fueron elegidos para conducir y gobernar el Estado conforme a lo prescrito en la Constitución. El mal ejemplo de nuestros malos gobernantes cunde en los cuatro puntos cardinales de nuestro territorio nacional y esto es sinónimo de tragedia política, jurídica, económica, social, democrática y republicana.
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