POSADAS. Las horas parecen congeladas en los hogares de ancianos. Cada uno mira a su lado. En la cara de los viejos y en sus miradas perdidas se escurren recuerdos, nostalgias, el aburrimiento y la tristeza de no tener ya nada que hacer. Los que visitan los hogares y asilos saben de estas caras, de esta sensación de que el día dura más, mucho más, que 24 horas. Hace casi tres años, el Monoclínico Geriátrico de Villa Lanús logró romper esta rutina institucional. ¿Cómo?. Permitiendo que en su seno funcione la Escuela de Adultos 65. Invitados por la directora de esta institución, Marcela Jurkiewicz, y la directora del monoclínico, la médica Mirta Soria, PRIMERA EDICIÓN pasó una mañana con los alumnos y docentes de los distintos talleres de esta escuela para “adultos mayores”. Alumna a los 92 años Julia es buena con las manos y tiene el don de alegrar a otros con su hermosa sonrisa. La encontramos modelando escarapelas en porcelana fría junto a sus compañeras de taller, Elena, Paula, Dorita y Élida (una vecina del barrio, mamá de tres niños, que participa como alumna externa, “me encanta compartir con las chicas”); y las docentes Leticia Mantinian (profesora de alfarería especializada en alumnos con baja visión) y Lina Giménez (odontóloga a cargo del área de higiene y salud).“Somos un grupo de alumnas que venimos a entretenernos todos los días, antes no teníamos este espacio y la pasábamos muy aburridas y tristes pensando en la familia, en nuestras casas, en todo lo que hicimos y en todo lo que no pudimos hacer… todo eso nos carburaba mucho en la cabeza”, contó Julia con la voz quebrada pero -casi repuesta- continuó “pero desde que es formó esta escuelita pasamos nuestro tiempo divertidas y alegres. Acá venimos a charlar, pasarla bien y a aprender, todo eso junto”, agregó con picardía esta mujer de 92 años que aseguró que “la escuela nos da vida”.Julia ingresó al Geriátrico de Villa Lanús hace seis años. “Fue por mi elección. Yo tengo dos hijos, pero ellos trabajan y tienen sus hijos que estudian. No me faltaba amor, ni comida ni nada pero yo veía que si yo estaba en la casa ellos no podían trabajar y ganarse el dinero necesario para que sus hijos estudien como corresponde. Cuando les dije que quería venir a un lugar como este, mis hijos se enojaron conmigo y no querían saber nada. Me acuerdo que lloramos todos el primer día, pero yo quería que ellos queden libres, trabajen y puedan pagar el estudio a sus hijos. Acá tengo todo lo necesario, tengo para comer, una cama, tenemos remedios a horarios, doctores. Ahora también tenemos distracción”, contó. De puertas abiertas Aunque la Escuela de Adultos 65 funciona en el Geriátrico, sus puertas están abiertas a la comunidad. Tienen alumnos externos en los distintos talleres: carpintería, modelado de porcelana fría, manualidades, peluquería, lectura y taller de cuentos. Además, un día a la semana se organiza el bingo y juegos de mesa (“a partir de este año, a pedido de los alumnos, se incorporaron los premios; la semana pasada fue una toallita de mano, otras veces caramelos o chupetines”, contaron las docentes). La escuela cuenta además con un profesor de educación física, Ricardo Biondi, que se desempeña en forma integrada con la kinesióloga del Geriátrico en el área de rehabilitación física y kinesiología. A cargo del taller de manualidades está Paula Oviedo y del taller de carpintería Marcelo Mogdans. Según contaron las docentes, en los próximos días reabrirán el taller de alfarería, “ya teníamos este taller pero lo dejamos porque las ‘chicas’ no querían ensuciarse con la arcilla”, bromeó la profesora. La respuesta vino inmediatamente desde Julia “el problema con el barro es que se demora mucho en ver los resultados… a nosotros nos queda poco tiempo y la última vez, tardamos como tres meses sin saber qué habíamos hecho”. Las risas dieron lugar a una reflexión más profunda, “no es fácil, pero muchos alumnos se nos fueron a una vida mejor en estos tres años. Sin duda tuvimos en estos años momentos muy lindos, pero tampoco faltaron los días tristes”, confío la directora de la institución, Marcela Jurkiewicz. Abuelos para todos “Las actividades que realizamos son prácticas e intergeneracionales, pues por un lado tenemos actividades conjuntas con el Nivel Inicial que funciona dentro del predio del monoclínico y también con los chicos que están en el Hogar de Día… el año pasado preparamos unos sombreros de papel que se usaron en un desfile intergeneracional. La idea es fomentar la integración y relación entre personas de diferentes generaciones, que el niño pueda reconocer y valorar al adulto y que aquellos que por ahí no tengan sus abuelos puedan encontrar un consejo de los adultos mayores. También tenemos taller de cuentos, así que los abuelos pueden ir a las escuelas a contarles una historia, una fábula y dejarles una enseñanza”, indicó Jurquievisch. La escuela trata de aprovechar todas las posibilidades que puedan hacer sentir bien a sus alumnos, “la Municipalidad nos manda los colectivos del Posadas Inclusiva y nosotros trabajamos para que la mayoría pueda ir a los paseos, conocer la costanera, ir a las plazas. De alguna manera, los docentes y el equipo del hospital somos como su familia. Hay muchos abuelos que reciben muy pocas visitas de sus parientes”. Talleres de autogestión Todos los talleres de la Escuela del Geriátrico son de autogestión, es decir las labores son vendidas a pedido o en ferias para poder adquirir los insumos y herramientas que requiere el funcionamiento del taller. “Por ejemplo, el jardincito compra unos pizarroncitos que entregan a fin de año. Con ese dinero nosotros adquirimos madera y pintura. Las escarapelas que estaban haciendo en el taller de manualidades serán vendidas antes del 25 de Mayo”, detalló la directora que se quebró cuando PRIMERA EDICIÓN preguntó qué les faltaba para funcionar mejor “¿A la escuelita? Sería egoísta decir que falta esto o aquello para la escuela cuando vemos el estado del edificio (el sector viejo) del geriátrico. Ante todo, los viejitos necesitan un hospital nuevo que tenga un espacio donde puedan estar mejor, un lindo patio y espacio recreativo donde haya juegos o gimnasio adaptado a su edad. Por qué no una pileta do
nde ellos puedan hacer gimnasia acuática”. A los 92, todavía teje sin anteojos El taller de manualidades se dicta en el sector de “ancianos” donde están los alumnos que tienen dificultades para movilizarse, ya sea por problemas físicos o por su edad. Allí, alrededor de una mesa larga, un grupo de mujeres trabajan con sus manos. Algunas con cartón corrugado, otras están tejiendo y otras pintan telas con pinturas, como Marcelina y Úrsula. “Tenemos un buen equipo de profesores y profesionales de salud. Los necesitamos mucho porque algunos están muy viejitos y otros enfermos”, detalló María del Carmen, una de las pacientes más jóvenes, con 64 años. “Yo todavía puedo valerme por mí misma y ayudar a otros ancianos cuando el personal está con mucho trabajo”, señaló. María del Carmen tiene dos hijos, uno vive en Europa y el otro se mudó a Neuquén con su familia porque allí consiguió trabajo. En Misiones, sólo tengo amigos y compañeros de colegio”, agregó. Hay dos María y María que no dejan de tejer. A sus 92 y 75 años, ninguna de las dos necesitan anteojos para tejer, “María (92) teje hasta con cinco agujas y no tiene problemas de hacerlo en la noche”, contó a PRIMERA EDICIÓN la docente de manualidades Paula Oviedo.Nunca es tarde para aprender y Marcelina es un buen ejemplo de esa sabiduría popular. “Yo no sabía pintar sobre telas y ahora me encanta hacerlo. Mirá lo lindo que me sale”, exclamó mientras exhibía con sus manos arriba un mantel individual pintado con unas alegres flores naranjas. “Yo soy la mandona”, contó divertida Marcelina y aseguró que es el terror de las enfermeras y cocineras del Monoclínico de Villa Lanús. Ella, junto a todos sus compañeros y docentes festejarán el 3 de junio los primeros tres años de esta institución educativa que los ayudó a crecer y les permitió llenar un espacio de sus vidas. “Acá llegué en cero, sin futuro, no podía hacer nada”Mario camina con muletas pero la mayor parte del tiempo está en silla de ruedas. Es uno de los alumnos del taller de carpintería, junto a Jorge y Willi, entre otros. Tiene 65 años y el recuerdo muy fresco de todo lo que pasó después de sufrir un Accidente Cerebro Vascular (ACV) mientras estaba en Paraguay. “Tuve un ACV cuando visitaba Paraguay y ahí me tuvieron dos años y medio hasta que la Cancillería Argentina hizo las gestiones para traerme de regreso. Gracias a la doctora Soria que hizo un lugar en el Geriátrico, pude venir. Yo solo pedía que me trajeran a mi país. Se puede decir que soy tucumano, porque cuando yo nací las mujeres de mi provincia iban hasta la maternidad Sardá, en Buenos Aires, para parir. O sea que por dos o tres días, éramos todos porteños”, contó. “Llegué al geriátrico en cero y acá empecé a descubrir mis valores, mis capacidades. La verdad es que acá nos enseñan a descubrir nuestros propios valores. Hace un año y tres meses que entré en el hospital y no podía hacer nada, no tenía un futuro, el dinero que había tenido lo dejé en los sanatorios paraguayos”, recordó. Mario no tiene más familia que tres sobrinos que viven en Buenos Aires y una cuñada. “En el geriátrico encontré una familia grande que, en cierta forma, fue supliendo mis necesidades afectivas porque no te olvides que cuando vamos llegando a adultos nos volvemos como niños y necesitamos del cariño de las personas. La diferencia es que, cuando uno es niño, eligen por vos y cuando uno es adulto se acerca a la gente que elige. Por eso, dicen que el amigo es un hermano encontrado y el hermano es un amigo obligado”. Willi, el especialista Germán Federico Guillermo Wenhold nació el 31 de mayo de 1930 en Alemania y a los 28 años llegó al país. Todos lo llaman Willi. “Faltan unos días para que cumpla 82 años”, contó este hombre que tiene una hija y dos nietas que viven en Buenos Aires y que ingresó al monoclínico hace dos años. “En Misiones tengo a mi señora que trabaja pero viene a visitarme. En este lugar tenemos todo lo que necesitamos, cuatro comidas, cama, todo limpio… menos mi ropa que me ayudan a lavar”.Willi se define como “especialista” en carpintería. “Hacemos cosas para la casa como portarrollos, portallaves, lapiceros, pizarrones, cajitas de distintas formas y tamaños, marcos para cuadros, juguetes, casitas para pájaros… depende de lo que nos pidan porque somos un taller de autogestión”, contó.Según precisó el profesor de carpintería, Marcelo Mogdans, “normalmente exponemos nuestros trabajos tres veces al año, en la Expomujer, en la plaza 9 de Julio (generalmente, en junio) y en el Festival del Litoral”.
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